Superciencia, supercara
La ciencia es cada vez más grande. Los nombres así lo ilustran: supercolisionadores, superordenadores, superconductividad. Desgraciadamente, estos proyectos son supercaros. En lo que se refiere al plan presupuestario, el presidente Bush se precipitaría si aprobara todas las extravagancias científicas que su predecesor respaldó.No hay nada más urgente que reavivar el lánguido ritmo de innovación de Estados Unidos. La NASA sería un buen sitio para empezar. La agencia del espacio era líder en dos aspectos: espacio y tecnología. En la década de los sesenta, la necesidad de nuevos materiales y, ordenadores revitalizó la investigación civil.
A Bush se le ofrece una excelente oportunidad: asignar a la NASA una misión en el espacio que maximice la tecnología para los mercados civiles. El calendario casi se establece por sí solo: eliminar por fases la antigua estación espacial, fabricar una nueva generacién de cohetes para situar equipos en el espacio con un mínimo de costes y subvencionar la investigación en robótica, ordenadores 3, nuevos materiales para avanzar en la despoblada exploración del espacio.
La construcción de una estación espacial, el supercolisionador y el proyecto de genoma humano tienen algo en común: el casi total olvido del modo en que esos proyectos puedan mejorar la competitividad de EE UU. La mejor política científica de Bush sería volverse a plantear los tres desde el principio.
7 de febrero
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