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El dudoso destino de la 'perestroika'

Si hay tan sólo una cosa clara respecto de lo que viene aconteciendo en la Unión Soviética a partir de la subida al poder de Gorbachov es que a su programa político puede que le falte definición, que no se sepa en qué consiste o incluso que haya cambiado de contenido, pero el término con que se denomina, perestroika, ha alcanzado un uso universal. Con él ha sucedido como con la alienación de los años sesenta, que llevaba a algunos estudiantes protestatarios (pero no muy ilustrados) a utilizarlo para denominar trastornos gástricos o cefalalgias. Ahora la perestroika parece asimilarse a cualquier tipo de reforma hecha desde el poder por un gobernante que no encuentra otra oposición que unos obtusos partidarios del pasado. En estas condiciones no puede extrañar que perestroika venga a ser algo verdaderamente infrecuente en política: el bien absoluto sin mezcla de mal alguno.Pero, claro está, eso no es más que una burda simplificación que contribuye a impedir el correcto conocimiento de un fenómeno en cuya comprensión los occidentales nos jugamos mucho: Edgar Morin ha llegado a escribir que la primera exigencia de un político europeo debería ser conocer lo que es y lo que pasa en la Unión Soviética. Eso, sin embargo, no sucede en la mayor parte del Viejo Continente, y menos aún en España; el resultado es lamentable, y no sólo desde un punto de vista intelectual, sino también en el sentido de que destruye cualquier explicación que puedan tener los crecidos gastos en defensa y evita todo planteamiento serio respecto de la libertad y los derechos humanos de millones de seres, los que viven en la órbita soviética.

Por eso cualquier juicio acerca de lo que allí sucede debe empezar por el análisis de lo que verdaderamente se entiende en esas latitudes por perestroika. Ésta comenzó siendo, ante todo y sobre todo, una reforma económica nacida de la conciencia de crisis del sístema, deseosa de abrirse al comercio exterior y a las nuevas tecnologías y capaz de romper con el marasmo conformista de la época de Breznev. Con el paso del tiempo, ese aspecto económico ha sido sustituido, al menos en el protagonismo en la Prensa occidental, por una reforma política provocada precisamente por el deseo de que las disposiciones económicas fueran asumidas por una población que al menos necesitaba esa transparencia que las autoridades soviéticas han ido admitiendo. El tercer aspecto de la perestroika ha sido y es una determinada política exterior. Frente al expansionismo de otras épocas, que, por ejemplo, en años precedentes, pretendían ocultar los problemas internos con los triunfos exteriores, Gorbachov ha seguido una política de contención propia, pero al mismo tiempo activa, original y menos ideológica.

Pues bien, los resultados de cada uno de los tres aspectos de la peretroika son, en este momento, diferentes. La perestroika económica sencillamente no funciona: las medidas tomadas han sido en exceso tímidas, aunque en Occidente se hayan tomado por grandes innovaciones (lo son, más bien, en la expresión verbal). No sólo el aprovisionamiento alimenticio no ha flincionado mejor, sino que parece ir a peor; hasta ahora, lo único verdaderamente prometedor son las inversiones o préstamos occidentales, pero no puede esperarse que la economía s,oviética sea capaz de hacer una revolución tecnológica ni remotamente de competir con el inundo occidental. La evolución política da la sensación de haber superado los propósitos :iniciales de los programadores de la perestroika, sinque, al mismo tiempo, sea posible asegurar dónde va a concluir; por supuesto, no lo sabe el mismo Gorbachov, su promotor inicial. Por un lado da la sensación de que el panorama ha experimentado un cambio de primera magnitud: ha crecido hasta un nivel inesperado la tolerancia con la Prensa, los juicios empleados con los adversarios políticos se hacen públicos con dureza inusitada (recuérdese, por ejemplo, el término mafia empleado por Eltsin para aludir a sus adversarios) y, en fin, la política, como dice Claudín, parece haber hecho su aparición en una sociedad hasta ahora carente de ella. Al mismo tiempo, sin embargo, son patentes las limitaciones de la reforma: hay tolerancia, pero concluye cuando se trata de organizar una oposición (caso de los armenios); la reforma de la estructura del Estado es poco significativa, y los nacionalismos parecen ser un problema insoluble y no compensan el apoyo de la intelligentsia, y, en fin, en la Unión Soviética está lejos de ser pensable una transición hacia cierto pluralismo controlado cómo en Hungría y Polonia. El hecho de que haya quien cuestione el legado de Lenin no quiere decir que éste se halle en peligro, ni mucho menos. En fin, los mejores resultados de la perestroika se han conseguido en política internacional, no porque haya seguido la expansión, sino porque se han mantenido las posiciones adquiridas sin ningún retroceso, ni tan siquiera en Afganistán o Nicaragua.

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En estas condiciones, ¿cuál va a ser el destino de laperestroika? Hay quienes consideran que se trata de un programa ya cumplido e irreversible, cuando es exactamente lo contrario, porque los planes iniciales se han visto alterados por las circunstancias y porque, en todo caso, se trata de un proceso siempre cambiante a los ojos del observador de la realidad soviética. En consecuencia, no se puede dar una respuesta cerrada a una cuestión como ésa sino en términos muy genéricos. Se puede decir, por ejemplo, que es extremadamente improbable una vuelta al estalinismo, pero qué es más posible un empantanamiento que una evolución rápida hacia un sistema de libertades propiamente dicho. Se debe añadir que a favor de la apertura del sistema va la lógica de la historia, es decir, la voluntad imperecedera de libertad del hombre, pero en contra tiene la lógica de un régimen político que siempre ha decepcionado las esperanzas de una evolución en ese sentido. Parece obvio también que la incógnita se despejará en el terreno de la política interna: la situación económica puede servir de argumento a los sectores retardatarios contra los refomistas, pero no parece poder cambiar drásticamente a medio plazo, y en cuanto a los éxitos en el exterior es difícil que compensen los inconvenientes en otros terrenos. En suma, la verdadera cuestión consiste en saber hasta qué punto la estructura burocrática y el Ejército convivirán con un cambio que en todo caso no va a ser definitivo ni deja de tener interrogantes: siempre existirá la tentación de compensar en el exterior lo que no se quiere o puede hacer en el interior.

En este terreno debe plantearse la política del mundo occidental, cuya característica principal ha sido hasta el momento precisamente el no tenerla. No es una política preguntarse por la sinceridad de Gorbachov cuando se le atribuyen propósitos, como la democratización absoluta, que no tiene; tampoco pensar que esta última puede depender de la voluntad de un hombre y sus colaboradores, ni, finalmente, pretender ayudar desde fuera, sin que se sepa bien en qué consiste este verbo (en realidad, suele traducirse por una carrera a ver quién concede más créditos blandos a los soviéticos). Todo ello no es una política, sino una forma de ahorrarse el tener que pensarla, como demuestra la experiencia de los euromisiles; entregarse no es ayudar.

En mi opinión, podría haber tres reglas de oro para juzgar, en adelante, la evolución de la Unión Soviética. La primera parte de no hacerse excesivas ilusiones. Orwell escribió en los años cuarenta que todavía estaba por descubrir hasta qué punto la semilla de la libertad podría sobrevivir en un sistema totalitario: todavía no se sabe por qué nunca se ha producido una evolución pacífica de él a otro democrático. Si hay transición en la Unión Soviética, será mucho más dificil que en España; decirlo es un acto de responsabilidad intelectual, no de pesimismo conservador. Dicho de otra manera: a Gorbachov habría que exigirle lo mismo que a Arias Navarro, pero todavía está lejos de parecerse a él. En segundo lugar, habría que tener en cuenta mucho más los actos reales que las declaraciones. Gorbachov ha proporcionado pasto informativo a la Prensa mundial, pero ésta no siempre ha discriminado la sustancia de sus propuestas. Decir, por ejemplo, que Europa es una .casa común" de europeos y occidentales es algo carente de sentido mientras no exista un idéntico respeto a los derechos humanos y no desaparezcan los inquilinos abusivos y sin título alguno. La tercera regla de oro podría ser no olvidar lo que, efectivamente, el mundo occidental es: Djilas ha escrito recientemente que la "liberalización" es mucho más importante que cualquier acuerdo de armamento. Por eso en vez de cualquier eliminación de armas uno preferiría la admisión en la URSS de algo parecido a Solidaridad. Occidente no consiste en el capitalismo que concede créditos, sino en la defensa de los derechos de la persona.

Javier Tusell ha publicado recientemente La URSS y la "perestroika desde España.

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