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Reportaje:

Rastro rico, Rastro pobre

Los vecinos del popular mercado, indignados por el deterioro que viven sus calles, frente al esplendor de Puerta de Toledo

Berna González Harbour

Los suelos abollados del Madrid tradicional están aquí más abollados que en ningún otro sitio. Adoquines y baches sobreviven sin nivel y reventados bajo el peso de muchos años de furgoneta de carga y descarga, camión de mudanza y los pies de las 250.000 personas que pisan cada domingo este rincón madrileño que se llama Rastro. Un rincón que ofrece a sus habitantes cotidianos, aparte de algún casete de saldo y periquitos, más de un dolor de cabeza. El inicio de una nueva fase en la reorganización de este mercadillo por parte del Ayuntamiento no ha convencido en absoluto a los vecinos, hartos de tanta promesa municipal sin resultado y asustados por las consecuencias del Mercado Puerta de Toledo.

Ésta es la historia de un caos Ese centro de regateo tan pintoresco para turistas y autóctonos no lo es tanto para los vecinos de la Ribera. Sobre las aceras se agolpan cada día los restos en cartón, plásticos y alpiste de este mercadillo de todo lo vendible. Los ruidos comienzan los sábados por la noche, cuando vendedores de gafas de sol, ropa y bisutería empiezan a desplegar su puesto para que nadie les arrebate el lugar. Llegan los coches y furgonas, ponen la radio, y a esperar la avalancha del domingo.Cuentan los vecinos que el Rastro es invivible. El sábado, si piensan salir el domingo, dejan el coche lejos del barrio, pues en pleno mercado es de todas todas imposible sacar del garaje el vehículo. Así se salvó precisamente Carlos Muñoz, un muchacho de 24 años que el invierno pasado sufrió un coma diabético en su casa de Ribera de Curtidores. El médico de urgencias no tuvo los instrumentos necesarios para el caso, la ambulancia no logró llegar, y sus padres tuvieron que abrirle, paso en brazos hasta Embajadores, donde habían dejado el coche. Así pudo llegar, con un poco de retraso, al hospital.

"Afortunadamente, el chico se salvó", cuenta su madre, Juana, "pero cualquier día ocurrirá algo mucho peor". A pesar de que se ha abierto un pasillo central para prever estas situaciones en medio de la aglomeración, Ias cosas se desbordan cada domingo, hasta tal punto que ha perdido las dimensiones humanas que tenía, y se ha deteriorado".

Más que el domingo

Y la fiesta no acaba en domingo. A pesar de las prohibiciones municipales de vender en días laborables, de usar altavoces o de dejar tras sus pasos un montón de basura, los jueves hay más de un centenar de puestos, se escuchan megáfonos y loros a cada rato en el Rastro, y muchos rastros quedan por las tardes de que algo pasó. El mismo Jesús Begoña, miembro de la Junta Directiva de la Asociación de Vecinos de la Ribera, espera aún la operación que le resuelva la rotura de menisco que sufrió al rodar sobre unos granos de alpiste."Mientras, la policía se pasea indiferente por las calles, sin atajar estos problemas, y haciendo vista. gorda al comercio de objetos robados del Rastro", cuenta un miembro de la asociación. Los más puntuales del domingo por la mañana son, además de los vendedores, los jovencitos perseguidores de cuanto bolso abultado recorra la zona.

Y si los problemas son pocos, uno nuevo ha hecho ponerse en pie de guerra una vez más a la asociación. A pocos metros, como cara y cruz de la moneda que es este barrio castizo, se ha levantado el Mercado Puerta de Toledo. Por fin el barrio tiene algo "guapo", dicen por aquí. Se trata de un escaparate vistoso de puestos de artesanía, de zapatos de hebilla brillante, de bañeras ovaladas en fibra de 600.000 pe setas, con bares, restaurantes y cajero automático.

"Algo guapo, pero que va a complicar más aún nuestros problemas de tráfico, de delincuencia y de ruido hasta las tantas", cuenta nuestro vecino de la Ribera, que denuncia la aportación pública de más de 2.000 millones de pesetas a este mercado de elite, frente a la dejadez del Rastro. Un vendedor del Rastro.

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Sobre la firma

Berna González Harbour
Presenta ¿Qué estás leyendo?, el podcast de libros de EL PAÍS. Escribe en Cultura y en Babelia. Es columnista en Opinión y analista de ‘Hoy por Hoy’. Ha sido enviada en zonas en conflicto, corresponsal en Moscú y subdirectora en varias áreas. Premio Dashiell Hammett por 'El sueño de la razón', su último libro es ‘Goya en el país de los garrotazos’.

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