Un plan auténtico
En el actual debate público sobre el empleo juvenil, quiero expresar cierta perplejidad que me produce el hecho de que pareciendo estar todos de acuerdo en que el paro es el principal problema que padecemos en España, e incluso reconociendo una situación concreta dentro del problema como es el paro juvenil, exista tanta agresión verbal a la actual propuesta del Gobierno en empleo juvenil. Críticas más o menos radicalizadas, más o menos irónicas, pero siempre alejadas del joven real, del joven español concreto que vive el problema cotidianamente.Surgen voces que se dicen representativas de diversos sectores, que no voy a cuestionar en su conjunto, pero, sí aquellos que se dicen portavoces de los jóvenes españoles. Curiosamente, tal estado de voceros de los jóvenes se consigue con la descalificación de aquellos jóvenes y otros no tan jóvenes que no pensamos ni piensan como ellos.
La posición de las organizaciones de los jóvenes ha de ser tomada desde una estricta óptica juvenil, porque ése es precisamente el sentido de la existencia de un movimiento juvenil. La que corresponde como organización de jóvenes progresistas es, además de la defensa de los jóvenes, fundamentalmente, la de aquellos que tienen menos expectativas de futuro, de aquellos que tienen menos oportunidades; en definitiva, de los más desfavorecidos, y ésos, ahora, son los que están desempleados. Partamos, pues, para ello de unas ideas que para nosotros, como jóvenes, son claras.
La primera de ellas es un hecho de especial relevancia para el desarrollo de nuestra sociedad: si bien el desempleo juvenil, a corto plazo, puede no entrañar el mismo potencial de peligrosidad social que el paro de los adultos con responsabilidades familiares, a medio plazo es el que más deterioro puede causar, al incidir sobre las relaciones de producción, entorpeciendo y retrasando las posibilidades de adecuación a las nuevas técnicas y marginando las normales relaciones sociales de los jóvenes, que deben ser los impulsores de la modernización de cualquier pueblo. El paro continuado altera profundamente la función social de la juventud, con el consiguiente perjuicio del conjunto de la sociedad.
La segunda es que el desempleo de los jóvenes tiene unas características propias fundamentalmente marcadas. Para verlo, basta con tomar unos pocos indicadores de la situación, pero no voy a dar cifras, porque creo que estamos vacunados contra ellas por los medios de comunicación; parece que, más que retratar el problema, lo enfrían y lo deshumanizan.
Es suficiente con recordar que la mitad de nuestros jóvenes están parados, que la mitad de nuestros parados son jóvenes, que la gran mayoría de los jóvenes parados no han trabajado nunca, que constituyen el grueso del desempleo de larga duración y que la cualificación de la práctica totalidad de ellos es bastante baja.
Acceso al empleo
La tercera consideración, que es también de vital importancia, es que en nuestra sociedad actual la única vía de inserción social de los jóvenes es el acceso al empleo, la generación de rentas personales en función del ejercicio del trabajo, con todo lo que ello implica, y de aquí la preocupación capital de ofertar empleo a nuestros jóvenes: sin empleo no hay socialización posible del individuo.
Coincidiendo, por tanto, en un reconocimiento objetivo de la situación, tanto en las cifras como en las consecuencias sociales, se trata de diseñar las medidas que resuelvan el problema, aquellas que se ajustan tanto al problema que queremos solucionar como a los medios que existen para llevar a cabo las soluciones, así como el contexto social en el cual las vamos a aplicar.
Se trata, en definitiva, de aportar soluciones reales para solucionar problemas reales.
Si queremos esperanzar a nuestros jóvenes, "el empleo es posible", estas esperanzas habrán de tener un fundamento real, sin ningún tono derrotista, pero desde el reconocimiento objetivo de las situaciones, con la suficiente valentía y moral por parte de todos para no lanzar mensajes distorsionadores o confusionistas.
Pero, sobre todo, para que el empleo sea posible, hay una premisa ineludible: la necesidad de la asunción verdadera y honesta de responsabilidades por parte de todos aquellos que pueden decir y hacer algo en esta materia.
Las actitudes no deberían nunca ser "qué puedo sacar de mi aportación", o incluso "de mi colaboración al empleo juvenil", sino "qué puedo aportar para que los jóvenes tengan empleo".
Si el problema, por tanto, es que nuestros jóvenes no encuentran empleo porque no tienen experiencia, y no tienen experiencia porque nunca han tenido empleo, por algún sitio tendremos que romper el círculo vicioso y cumplir con la obligación ética y social de ofrecerles una oportunidad para salir de una situación que puede acabar en una absoluta marginación de un colectivo, el de los jóvenes que no han trabajado nunca, que va acercándose al millón de personas y alejándose peligrosamente de la sociedad.
Desde este punto de vista, nos gustaría que no se hablara tanto de subsidios o salario social para los jóvenes, como si esto constituyera en sí una solución al problema. La solución no pasa por garantizar a los jóvenes una renta mínima (del 75% del salario mínimo interprofesional se está hablando), que le permita lo que se llama un consumo inmediato de bienes perecederos a cambio de no participar en nada, es decir, a cambio de no aportar y de no recibir nada de la sociedad. Sino que se trata de algo más complejo, de que los jóvenes tengan la posibilidad de ser ciudadanos, en el sentido más pleno de la palabra, de que puedan ejercer sus derechos democráticos y puedan asumir las responsabilidades inherentes a tal condición.
¿Hay otras vías de generación de empleo? Evidentemente que las hay, y evidentemente también el que hay que profundizar en ellas. Pero ¿es que alguien piensa que la economía social, las escuelas-taller y otros van a arreglar por sí solos el problema de 1.300.000 jóvenes parados, o de 825.000 jóvenes que no han trabajado nunca?
Sabemos que además necesitamos otras políticas. Estamos convencidos de la necesidad de un profundo cambio de mentalidad en la sociedad, e invitamos a hacer un esfuerzo solidario e imaginativo para poner en marcha nuevas políticas de ciclo de vida que equilibren el peso que el trabajo, la formación - educación y el ocio creativo han de tener en la vida del ciudadano del futuro, articulando vías paralelas a lo laboral para la socialización de los jóvenes y los ciudadanos, y encaminarnos hacia una redistribución más justa de todos los bienes y servicios, y no sólo de los materiales, entre los ciudadanos.
Propuesta de choque
Una propuesta de choque para aliviar el problema del desempleo juvenil es bien venida por los jóvenes, en especial por los desempleados, y también por todos aquellos que viven el problema; porque, en cualquiera de los casos, ha servido para poner en el primer plano del debate político y social lo que ya estaba en el ojo del huracán de la realidad social desde hace tiempo: el desempleo de los jóvenes, una generación que se está perdiendo.
Hacer de esta propuesta el banderín de enganche para una movilización general que quiere tener cartel social, pero que enseña colmillos de movilización política, parece tremendamente irresponsable. Parece que alguien, dando la espalda a sus responsabilidades, alterando su papel en la democracia y deslegitimando la vía del diálogo, quiere conseguir por otros medios lo que no consigue en las urnas.
En algo esencial estamos de acuerdo: los jóvenes no somos ciudadanos de segunda; por tanto, habrá que hacer algo para que esto no sea así en la práctica y no condenarlos perpetuamente al paro o a la economía sumergida.
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