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Angel Pazos

Nada de lo que el hombre hace escapa al cerebro

Tiene el encanto de la naturalidad, y una cierta ternura se desprende no sólo del timbre de su voz, sino de sus ademanes. Es Ángel Pazos Carro, 32 años, el ganador del Premio Nacional Juan Carlos I destinado a jóvenes investigadores. El martes recibió en su despacho del departamento de Farmacología en Santander una llamada del ministro de Educación y Ciencia, Javier Solana, quien le dio la noticia del premio, dotado con un millón de pesetas. Sus investigaciones giran en torno a receptores cerebrales.Casado con una médico, sin ascendencia científica en su familia, hijo de un oficial de la Marina ya retirado, padre de dos hijas, Pazos nació en El Ferrol pero se ha hecho científicamente en Santander, donde ha transcurrido la mitad de su vida. Reconoce que la dedicación al trabajo le absorbe la mitad de las horas del día, y ello le impide tener otra vocación que la de "vivir en familia". La filatelia, que cultivó durante algún tiempo, ha quedado, de momento, olvidada por este joven investigador que emprendió los estudios de Medicina seguro de que su vocación era la atención a los enfermos.

"Fue a mitad de la carrera cuando comprendí que la investigación de laboratorio era el camino a emprender". Y empezó todavía sin terminar sus estudios, a frecuentar el departamento de Farmacología, que hasta ahora comparte en las mismas instalaciones la facultad de Medicina, de la que es profesor numerario desde 1986, y la residencia sanitaria Cantabria de la Seguridad Social.

Nada de lo que el hombre hace escapa al cerebro, es su teoría. Éste, de una forma u otra, regula permanentemente todas nuestras actividades. Así que Ángel Pazos empezó a estudiar, en colaboración con diversos profesores de Santander, los mecanismos cerebrales que controlan el dolor y la respiración. Una curiosidad compartida por otros fármacólogos interesados en conocer cómo actúan los analgésicos opiáceos en el cerebro a fin de aplacar el dolor.

"Hay unos sitios en el cerebro que llamamos receptores; cuando el fármaco se fija en ellos, como consecuencia de esa adherencia se produce la analgesia, la sensación que calma el dolor". En esto ha trabajado durante los primeros años tras el término de la carrera, así como en avanzar sobre las causas por las cuales un opiáceo, la morfina, tiene un efecto tóxico importante para deprimir la respiración.

Durante dos años, entre 1983 y 1985, trabajó codo a codo en Basilea (Suiza) con una celebridad mundial en el campo de la neurofármacología, el español José Palacios, de quien aprendió cómo fotografiar los receptores del cerebro, que hasta hace pocos años sólo podían estudiarse en un tubo de ensayo. "Es lo que se llama la autorradiografía de los receptores, que facilita plenamente su localización en el cerebro".

En los últimos años, arañando ayudas económicas aquí y allá, el profesor Pazos ha conseguido montar aquí un laboratorio similar, salvando las distancias, dice, al de Basilea. El objetivo científico lo tiene marcado: llegar a identificar si en determinadas enfermedades degenerativas, como pueden ser el Parkinson o la demencia senil, aparece disminuido el receptor cerebral.

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