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El Madrid, campeón de la Copa de baloncesto

Luis Gómez

La final de la Copa del Rey de baloncesto tuvo un desenlace curioso: ganó el Madrid a fuerza de sobrevivir, de administrar casi miserablemente una renta obtenida en su momento más brillante. Cierto es que el Barcelona tampoco pudo hacer muchas más cosas porque ambos equipos llegaron a los últimos instantes casi desarmados, con todo el plantel amenazado de expulsión. Al Barça el partido se le quedó corto; para el Madrid el final vino justo a tiempo: había vivido los seis últimos minutos con sólo cuatro tantos. Petrovic pudo así disfrutar de su primer título en España, y empezar a hacer rentable su fichaje, pero el Madrid cambió el curso del encuentro con el yugoslavo sentado.Siempre que juegan el Madrid y el Barcelona se está ante dos conjuntos poderosamente armados y dispuestos a usar sus medios con generosas dosis de entrega. Suelen producirse estruendosas situaciones, como cuando Romay y Waiters chocan o cuando Norris y Martín emplean sus costillas como escudos. Los colegiados se alarmaron ante tanto ruido de corazas, vieron fluir la sangre de Petrovic por su boca e intentaron aplacar los ánimos. No lo consiguieron. Lo más que hicieron fue desgastar a ambas escuadras y obligarlas a un final más propio de quien administra los escasos cartuchos que le quedan que de quien derrocha medios, material y ardor en la batalla. El chorreo de personales obligó a algunas reservas tácticas de los técnicos. Aito García Reneses quiso ser más calculador, más estratega, más frío, y dejar el riesgo para el final, pero no llegó a tiempo.

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Apenas hubo contraataques.
La clave

Después de una primera parte que resultó una larga fase de tanteo, con 30 tantos de tiros libres, el partido fue vislumbrando una situación de escasez. En ese punto, Aito decidió mantener a Norris en el banquillo, esperando que Martín y Romay quedasen casi desgastados. Cuando Norris entró en acción, Romay estaba ya eliminado y Martín llevaba cuatro personales. Aito disfrutaba, pues, de una supuesta ventaja táctica, mientras Lolo Sairíz vivía momentos en que la diferencia a su favor alcanzaba los 13 tantos. Ahí se detuvo su máquina, se paró la producción y entró a dominar el Barcelona. El Madrid, curiosamente, vivió de espaldas al aro durante los últimos seis minutos.

Pero fue interesante observar cómo el Madrid varió el ritmo con Petrovic en el banquillo. Con la defensa de Llorente y la disciplina de Biriukov en la línea exterior, la actuación madridista registró mejor talante defensivo y mayor distribución de fuerzas en su ataque. A ello hubo que añadir el eficacísimo por sobrio Rodgers, con un porcentaje estimable y una seguridad aplastante en sus acciones. Quizá el Barcelona cometió el error de despreciar la aportación de este jugador, hasta ahora bastante criticado. Petrovic entró en juego con el Barcelona en momentos de crisis y ayudó a aumentar la distancia, pero, sobre todo, ejerció sus maniobras de diversión durante muchos minutos. Entonces, su individualismo, su dominio de la pelota, su flexibilidad... resultaron inapelablemente beneficiosas para su equipo, que hasta terminó apartándose a un lado de la pista para dejarle casi todo el escenario. Eran los famosos aclarados que tanto disgustaban a los madridistas cuando Petrovic jugaba en el Cibona. La defensa del Barcelona no pudo quitarle la pelota y su ataque, acuciado por un tiempo que pasaba inexorablemente, cometió errores de bulto cuando desaprovechó una falta intencionada y un total de cuatro tiros libres en momentos muy importante. Norris no llegó a tiempo, Epi había sido oscurecido por Cargol y el trabajo de Costa resultó desaprovechado.

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