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F-18 Alá

Dicen las estadísticas que el accidente del F-18 A sólo es el primero de la docena de pérdidas previstas en apenas un par de décadas. Lo inquietante, por lo visto, no es que se haya descacharrado en Zaragoza un millonario aparato de combate, sino que el primer tortazo haya ocurrido tan pronto, apenas desembalado. Y un accidente tan madrugador e inexplicable, afirman los mismos expertos, o sistemas expertos, aumenta todavía más el índice de siniestralidad de nuestra lujosa flota aérea de importación. No entiendo mucho ni poco de cacharrerías de guerra, pero recuerdo muy bien lo que significaba la pérdida de una docena de aviones de combate en aquellas películas, novelas y tebeos de hazañas bélicas. Significaba la derrota.La explicación lógica del alto índice de siniestralidad de los F-18 A no hace más que aumentar la lógica de lo siniestro. Porque estos aviones de puntería infalible y de blanco imposible son aparatos muchísimo más inseguros en tiempos de paz que en tiempos de guerra. Han sido diseñados para salir airosos del combate, son matemáticamente invulnerables cuando vuelan para matar, siempre regresan victoriosos a sus bases luego de la masacre. Sí, vale. Lo han demostrado sobradamente en otros escenarios geopolíticos de fuego y enemigo real. Pero caen como moscas durante las maniobras. Sus alas y sus motores no resisten el duro ritmo de los entrenamientos. Se desploman como podridas manzanas de Newton por la fatiga de esos simulacros bélicos cuando en el horizonte no hay manzanas, peras o dátiles de la discordia.

Y hablando de dátiles. Todo el mundo sabe que la premisa no mencionada del célebre programa FACA era la utilidad de los F-18 A para envainar las facas de Hassan si algún día ocurriese ese temido duelo vecinal por culpa de nuestros dos gibraltares norteafricanos. Pues bien, en el peor de los casos, si Alá y Dios no lo remedian, no hay moro capaz de derribar una docena de estos aparatos. Sin embargo, ya nos han derribado el primero.

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