Zubizarreta clasificó al Barcelona en la Recopa
JOSÉ M. SIRVENT ENVIADO ESPECIAL Zubizarreta es un mocetón vasco al que el público del Camp Nou no perdonó durante algún tiempo el hecho de que sustituyera a uno de los símbolos del barcelonismo, Urruticoechea. Entró mal en el Barga a pesar de su vitola de internacional con el Athlétic de Bilbao. El bonito del norte pasó a ser un personaje impopular, silbado y puesto en tela de juicio. Por si esto fuera poco, su protagonismo en el conflicto entre la plantilla y el presidente, Josep Lluís Núñez, lo puso a los pies de los caballos. Núñez incluso le buscó un sutituto en Unzúe.
Cruyff dudó de Zubizarreta en la pretemporada. Ahora resulta que con sus intervenciones, como las de anoche, no sólo está favoreciendo las aspiraciones electorales de su presidente, sino que está salvando las deficiencias de un sistema de juego implantado por su técnico, que, por lo visto, tiene ideas muy cartesianas. Zubizarreta fue el principal artífice de que el Barcelona sacara adelante una eliminatoria que tenía cuesta arriba desde hacía dos semanas. Cruyff sacará pecho y recordará que ya dijo en la víspera: "No me importan los goles de los polacos". Pero lo cierto es que, sin Zubizarreta, sus teorías se habrían caído como un castillo de naipes, como en aquella fatídica final sevillana de la Copa de Europa de 1986.
Y es que el sistema del Barga es tan rígido y tan poco complicado para el rival que hasta un equipo de colegiales podría encontrarle el antídoto. Con Cruyff y sus ínfulas atacantes, todo el mundo tiene vedada la improvisación. Nadie se mueve de su parcela y algunos siguen tan al pie de la letra las instrucciones de su técnico que pare cen robots. A Beguiristáin ya le llaman sus compañeros el linier porque se pasa los partidos corriendo por la banda y siempre llega al vestuario con las botas manchadas de cal.
Mientras el Barcelona jugó así, el Lech lo llevó por la calle de la amargura. Suerte tuvo de que Zubizarreta acertara en sus intervenciones y de que Ro berto cazara el balón cuando se salía de un fuera de juego posicional.
Con el empate a uno comen zó otro encuentro. Al Lech ya no le servía su táctica del contragolpe y a Cruyff tampoco su estilo. El holandés, en otro de sus inventos, cambió todas las líneas, a excepción de la defen sa. Retrasó a Beguiristáin al centro del campo, adelantó a Bakero para que jugara de ariete y desplazó a Lineker a la banda derecha.
Toda la reorganización dio la impresión de dar fruto, pero, más que por acierto táctico de Cruyff, por las deficiencias ofensivas del Lech. El Barga, dominó, pero sin ocasiones de gol para desesperación de Cruyff, que optó por hacer debutar a Valverde.
Y en la prórroga, la locura. Cambios y más cambios tácticos con el broche de oro de que Alexanco acabara jugando de delantero centro -Cruyff lo prefirió a Julio Salinas, en el banquillo- después de sustituir a Lineker, que se fue al vestuario mareado de tanto centrar desde la izquierda, a donde fue trasvasado, con su pierna derecha.
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