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Tribuna
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Bayetazo

La clave la tenían Los Panchos, y sólo ellas se dieron cuenta. Llegó el día en que el reloj no marcó mis horas y permanecí en el lecho borracha de impotencia, sabiendo que no volverían los minutos perdidos. No sonó el despertador.La mañana me sorprendió con el agua de colonia como única prenda. ¡Las nueve, y yo con estos pelos! Me escaldé la garganta con la manzanilla y, maltrecha, planté el pie en el barrio 60 minutos después. (Una no deja de ser vulgarmente humana por mucho que esté en camino de ser profeta.) Fue al cruzar el portalón cuando descubro un ejército de mil mujeres disfrazadas, una invasión de carritos de la compra.

En sus filas se cuadraban cincuentonas con varices, hasta el cuello de amamantar al marido y de velar por los vástagos, posiblemente parados. Llevaban el pescuezo rendido de tanto decir que sí; por eso, quizá no atisbé generala alguna. Eran amas de casa guerrilleras. Esclavas del siglo XX a punto de lanzar un exabrupto.

Entendí, gracias al reloj que no sonó a tiempo, que nadie escaparía de sus mordiscos el día en que gritasen: "¡Fuera bayetas!". Supe que se lanzarían al ataque desde la sopera, que escupirían las balas tras el tresillo, que podrían barrer al mundo de la faz de la tierra. A bayetazo limpio. Entre col y col, una de granadas.

Las francotiradoras eran amas de casa reverberadas. Criadas, asistentas, mujeres de la limpieza... expertas en ir de su puchero al ajeno. Que acumulan jefes, los que les da la vida y los que les dan el sueldo (una pizca de salario que sólo sirve como la astilla al náufrago, para que no puedan siquiera apretar los puños mientras se ahogan).

Todo nacerá de su hartura, de estar hasta las narices, vamos, y pondrán la pica en Flandes. En medio del mercado, junto al puesto de verduras. Llegarán armadas hasta los dientes de ajo.

Cerré el portalón de golpe. "La calle estaba poblada de bayetas grises puestas a tender". A mí me avisó el reloj.

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