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NECROLÓGICAS

En la muerte de Paco Hernández

Francisco Hernández era el aficionado en estado puro que todo arte necesita para sobrevivir. Ejercía la crítica de danza no como medio de ganarse la vida o hacerse un lugar, sino por amor a la verdad. Por eso le echaron de varias publicaciones y dejaron de saludarle algunos profesionales. Escribía como vivía: sabiendo que le quedaba poco tiempo, apasionadamente, sin preocuparse de que en sus reseñas se notara su erudición, sino esforzándose por sacudir la concien cia de todos los que en este país tienen algo que ver con la danza y el ballet. Su obsesión era evitar que los esfuerzos por asentar de una vez esta forma de expresión, tan imprescindible en nuestro siglo, se diluyeran en el líquido ambiente de mediocridad y amiguismo.Murió el viernes por la tarde después de cuatro años en la cola de los trasplantes renales y tras haber cambiado, una vez más, la hora de la hemodiálisis para poder acudir por tercera noche con secutiva a ver el espectáculo de Laura Dean, que le había entu siasmado, porque la danza le era tan necesaria para vivir como la máquina de limpiar la sangre. La euforia que le producía el Festival de Otoño -"¡Qué sería de nosotros sin esta ventana al mundo!", repetía siempre-, su presencia en el teatro todas las noches, su entusiasmo desbordante y su ánimo siempre peleón habían hecho creer a los amigos que esta temporada estaba mejor.

Trabajaba en una serie de programas para Radio 2 sobre el coreógrafo ruso Michel Fokine y se había volcado en el número extraordinario que Ritmo -la única publicación que le apoyó siempre- preparaba para celebrar su cincuentenario. Albergaba incluso la ilusión de acudir al festival de ballet de La Habana -para poder ver al fin a Arantxa y a Trinidad bailando a los clásicos con una gran compañía-, empresa que se fue descartando por el riesgo que entrañaba. El mundo de la danza en este país ha perdido a su amante más entregado, que era también su conciencia más crítica.

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