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Accidente

El coche dio dos vueltas de campana en una de las autopistas de entrada a la capital y se paró en la cima de un terraplén, con la panza para arriba. El conductor, mientras veía el mundo al revés, se preguntó qué había pasado y si lo que imaginaba, había sucedido realmente. Cuando la cabeza se aclaró lo suficiente como para preocuparse por los que iban con él, escuchó durante unos segundos -que fueron de una densidad desconocida- el silencio definitivo en que se extinguía la catástrofe. Al final de la existencia había un cuarto vacío en el que se espera la llamada para un viaje posterior. Él estaba en ese cuarto con todos los demás. O tal vez solo.Por suerte, esos segundos concluyeron con el llanto saludable y enérgico de los dos niños que iban en el asiento de atrás. Antes de librarse del cinturón, un desfile de caras atravesó las ventanillas haciendo muecas. Pensó que tardaría en saber si se encontraba del todo bien. Y lo siguió pensando cuando en el exterior contempló lo que quedaba del automóvil, las heridas concretas de la chapa. Abrazó a los niños y los niños en poco tiempo recobraron la tranquilidad, el hambre y la perspectiva de irse derechos a una cama. Dirigió una última mirada a la parte del conductor en la que el techo aparecía hundido, en ángulo agudo, a la altura de la cabeza.

Por la mañana se despertó atontado, pero hizo los esfuerzos necesarios para levantarse y hacer acto de presencia en la oficina. Tenía una disculpa, pero en esas condiciones la disculpa podía dar lugar a alguna clase de realidad. Necesitaba huir del accidente. En el desayuno con los niños se perfilaron los sentimientos. Comían con apetito, las caras estaban limpias de señales y parecían felices por haber encontrado el modo de no ir al colegio. Él mismo se comportaba con la mayor naturalidad. Pero no pudo creer en la verosimilitud de todo aquello. Algo era falso. Todos aseguraron, incluso el guardia del atestado, que ese accidente era mortal. Le result6 completamente imposible que un suceso de aquella categoría no dejara huella en los que lo habían sufrido. Esa vida que ahora estaban viviendo no podía ser como la anterior. Era otra vida, por muy fieles que fueran sus decorados. Se fue al trabajo sin despedirse de los niños. Estaba seguro de que si hubiera intentado acercarse a ellos, habría descubierto que aquellos cuerpos se componían de cristal menudo y de que ese cristal se le quedaría en las manos nada más tocarlo.

En la oficina, el jefe le escuchó con un interés grande, pero sin traslucir ninguna emoción. Ni siquiera inventada. Parecía más bien interesado en los detalles técnicos del accidente, la hora, el estado del coche, la forma, intachable por cierto, en que se comportaron los agentes. Daba la impresión de conocer el asunto por anticipado y de no quedarle curiosidad más que para lo irrelevante. El jefe dijo un "lo siento" que sonó formulario. Luego hablaron del orden del día como si ambos estuvieran pensando en algo totalmente distinto. Por la tarde, regresó a casa andando. Tenía la certeza: ni él ni nada de lo que le rodeaba estaba ya vivo. Todo era igual que antes, pero las cosas habían sido sustituidas. La muerte no era como se la había imaginado. Si estaba en lo cierto, morir consistía en seguir viviendo la misma vida en un mundo de sustitutos. No podía acercarse a un mundo que funcionaba como un fantasma, interpretándolo todo. Y la pena consistía precisamente en eso, en que todo lo que quería y tocaba le haría recordar que estaba solo.

Se preguntó si esa forma de realidad era tan distinta a la que había conocido en la otra vida. Pero por muy afirmativa que fuese la respuesta, no le proporcionaría ningún consuelo. También quedaba la pregunta de si él era el mismo de antes. Si su presencia sería verdadera para los demás. Por ejemplo, se había levantado para Ir al trabajo después de un grave accidente, se marchó sin despedirse de los niños, admitió con naturalidad que el jefe no le devolviera a su casa a descansar. Si los otros observaban ese comportamiento como lo había observado él, entonces se estarían haciendo las mismas preguntas y más tarde o más temprano llegarían a las mismas conclusiones. Si las cosas eran así, puede que estuviera equivocado y vivo. Lo mejor sería actuar como si nada hubiera pasado y no hacer demasiadas investigaciones. Lo malo es que eso le devolvía al principio. Y el mundo se quedaría en duda.

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