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Campañas

El director general de Deportes ha dicho que para combatir la violencia en el deporte, su departamento se propone, entre otras acciones, una campaña destinada a propugnar el juego limpio. Era de esperar.Casi todas las direcciones generales responden de la misma manera cuando se tropiezan con un problema que no saben interpretar o que, al interpretarlo, deciden que les costaría demasiado dinero resolverlo.

Toda campaña publicitaria de esta clase es, desde luego, una simulación de que se está remediando algo, pero es también algo más. En primer lugar, los responsables políticos logran mostrar mediante la campaña que no sólo son sensibles al problema, sino que se han ocupado de él durante el proceso que transcurre desde las reuniones preparatorias hasta la producción de carteles y spots. Esto les lleva, sin duda, a poder enseñar al contribuyente el tiempo invertido en la misión. Pero no es todo. Además, con la campaña dan a entender que han reflexionado cualificadamente sobre el asunto y ahora se encuentran en condiciones de dar consejos.

Se centre la cuestión sobre el pago a Hacienda, la suciedad de las playas, la devastación de los bosques o las limitaciones de TVE, los responsables administrativos aparecen como gentes que poseen una idea precisa respecto a los causantes de los desarreglos y por ello llaman la atención a los ciudadanos.

De esta manera, la campaña, que se lanza con la apariencia de un mensaje benévolo y civil es siempre una grave imputación sobre los habitantes. La ciudad está sucia, la sanidad no tiene sangre, la televisión no gusta, al Estado no le llega el dinero. Todo es lo mismo y todo viene de lo mismo. El ciudadano no sabe, no se comporta bien. La campaña opera como una declaración teológica nacida de una esfera impune y destinada a procurar la redención de todos. En los efectos, el departamento responsable aparece, al cabo, como un ser superior, y el ciudadano, como un imbécil en continua situación de caer en el ridículo o en el delito.

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