Dinero
Parece ser que fue en unos urinarios públicos de la ciudad de París donde el apólogo de un cierto dandysmo, Scott Fitzgerald, coincidió con ese plantígrado de las letras llamado Hémingway. Uno junto al otro, con esa mirada líquida que nace entre la entrepierna y se estrella contra los azulejos del alma, los dos escritores se entregaban a la confidencia. Es dificil mentir con la bragueta abierta. En estas curiosas alineaciones de señores con chorrito emerge la verdad biológica del hombre, la que es previa al poder o a la derrota, la única que convierte a los semejantes en iguales. Pues precisamente ahí, en el lavabo, cuentan que Fitzgerald se encaró con su barbudo vecino de letrina:-Es evidente que los ricos no son iguales a los pobres.
A lo que Hemingway respondió:
-Todos somos iguales. Lo que sucede es que los ricos.tienen mucho más dinero.
La perogrullada de Hemingway está ahí, como una divisa en el escudo de armas de los caballeros de fin de siglo. Nunca como en este verano había habido tanto dinero en las conversaciones. Ganar dinero ha dejado de ser una necesidad funcional para convertirse en una visión del mundo. Ya no se trata de banqueros. Ahora son abnegados licenciados en románicas, heroicos asistentes sociales, poetas de buhardilla o supervivientes de la antipsiquiatría los que han arrumbado su pasado y anhelan penetrar en esa nueva cultura de ganar dinero.
Porque hay una diferencia sustancial entre tener dinero, ya sea por linajes ancestrales o por loterías primitivas, y ganarlo. El dinero que no se gana sabe a natillas y a crucero por el Caribe. Pero el dinero ganado por esa modernidad ávida es rápido y afilado como una navaja abierta en el bolsillo del corazón. Los practicantes del ganar dinero nunca tienen bastante y han abolido de su código ético la reflexión de que cuando se gana tanto es porque alguien pierde.
-Bueno, pues usted que sabe tanto díganos qué hay que hacer para saber ganar dinero.
-Para empezar, díganme ustedes cuánto me van a pagar por las lecciones.
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