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Tribuna:
Tribuna
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¿La televisión más sansirolé del mundo?

Un sinfín de lectores sabiendo que no me altera ni el aire de los encomios ni el estridor de los vituperios, me ha telefoneado durante mi ausencia. Me dicen: "Usted que vive en París y que tiene la suerte de no tener que ver y soportar los programas de Televisión Española, explíquenos por qué es la más sansirolé del mundo".Agarro al vuelo la ocasión para proclamar que amo a Televisión Española sobre todas las cosas y muy especialmente cuando miro a las musarañas. Seré eternamente fiel a ella, incluso si los finlandeses me queman la planta de los pies. Las unánimes e implacables críticas contra ella resbalan en mí como la mona sobre la seda.

A estos suspicaces y exasperados lectores les advertiré que todas las comparaciones son ociosas. ¿Quién les manda salir al extranjero? ¡Malos patriotas! ¿Por qué contemplan las televisiones locales en cuanto llegan a Haití, Birmania o Zimbabue? ¡Masoquistas!

Una de las originalidades más sobresalientes de nuestra televisión es el estar plagada de programas que no tienen ninguna relación con ella, como el invento de las gallinas.

Asombra que Televisión Española, como la escarlatina, haya sido creada sin que nadie se haya dado cuenta, salvo Isaac Peral, gracias a su autogiro.

"Televisión"... ¿pero se puede llamar televisión a un servicio público tan artísticamente trenzado con canas al aire y que está recomendado escucharlo con tapones de algodón en los oídos colgados de unas opacas gafas de sol?

"Española"... ¿no sería más adecuado nombrarla Americana bis a pesar de que le faltan los subtítulos? En verdad, Televisión Española todo lo tiene en común con la americana, salvo lo que la emparenta con un iceberg. Pero al fin y al cabo, ¿por qué no "Televisión Española" cuando nuestros vecinos de Andorra, han creado un "Ministerio de la Marina"?

Televisión está dirigida por una persona tan intrépida que el día que hubo eclipse de sol se presentó en Prado del Rey con un termómetro en la boca para no marearse.

La directora es la persona de televisión que más se parece a sí misma. Fue elegida por unanimidad, sin que le faltara un solo voto, lo cual es excepcional en una profesión tan entregada a los derrumbaderos del tango.

Sus métodos sorprenden y deslumbran por su engrudo de Villadiego. Hay que ver con qué mimo amoroso trata a los espectadores... como si fueran mocosos que estuvieran aprendiendo a desmamar.

La televisión de esta directora se asemeja a sus orines. ¡Tienen estilo! Sus incomparables micciones, a la par que sus inconmensurables programas, no son ni rústicos ni urbanos, ni chichas ni limonás, y menos aún secos. Por las mañanas al telespectador (del partido) le entran unas ganas infinitas de robarle su orinal y de ovacionarlo con sus manos en el asidero.

Pero sobre todo Televisión Española está viviendo un maravilloso idilio amoroso con el Gobierno. Por mucho menos Dante y Beatriz pasaron a la historia. Se aman tiernamente y ni se les ocurre meterse fideos en la cama. Rodeados por la flor y nata de los ceros a la izquierda, se arrullan con un amor tan morrocotudo que todo se queda en casa como en un vivo retrato. Sin temor a que les denuncie la mesilla de noche, se amartelan con tanta adoración que a nadie extrañaría que ahijaran una colección de sombreros hongos.

Sin embargo, a los espectadores, ingratos, les entran unas horribles depresiones nerviosas en pleno abdomen cuando vuelven a ver por enésima vez al mismo señor con barba inaugurando la misma ley del encaje, sin ella.

Algunos, exacerbados y dispuestos a abrir sus cajas destempladas, se preguntan que por qué Televisión sirve al Gobierno a partir de un piñón. La respuesta es muy sencilla: se puede afirmar que el Gobierno sin la Televisión carecería de sentido, como un mes de mayo que no tuviera su abril correspondiente.

Los productores de emisiones culturales son tan listos que uno me comentó febril un día: "¿Se da usted cuenta, mi querido Arrabal, la sartén que necesitaríamos para freír un acorazado?". Los programas son tan profundos que al cabo de ellos uno se pregunta: "¿Pero si existe otra vida tras la muerte, necesitaremos lavarnos los pies en el más allá?".

Los deportes en televisión son tan apasionantes que queman las cejas. ¡De lo que no serían capaces sus realizadores si hubieran aprendido a manejar una cámara de vídeo! El talento de los presentadores es además hereditario, como el grito del samurai.

Las películas X son tan osadas que los personajes se pasan el día y a veces hasta la noche realizando posturas que tan sólo se atreven a describir los chistes de Jaimito. Por si fuera poco, no les cuesta nada: aprovechan los trajes de desnudistas que dejaron los Coros y Danzas del Frente de Juventudes.

¡La televisión es tan prodigiosa que los programas parecen filmados por una gramola disimulada bajo una braga!

Cuando uno de pronto enciende el televisor, se pregunta alucinado ¿pero estamos en el hemisferio occidental o en un nido de saxofones con peluca?

El telediario, a pesar de su probado intento de calcar los noticieros americanos, tiene un tono tan chusco que parece una producción made in Mauritania para mayor gloria de la industria tercermundista vendida micuamente al extranjero. Los periodistas suelen confundir sus dedos con los tranvías de Baracaldo. Pero no se puede estar en todo... y ¡sin trole!

A los presentadores del telediario se les descubre en la pantalla tan tiesos como ajos porque tienen que dar las informaciones con un filete de ternera bajo cada sobaco. Están tan asustados que parecen sardinas mutiladas venidas a menos y sin acelte. El del boletín metcorológaco ¡qué mustio se pone el pobre en cuanto sale el sol por Antequera!

Los directores de los telediarios tienen un sentido tan acabado de la eficacia que se pasan el tiempo dando bastonazos a las acelgas para que maduren antes.

Los presentadores de los programas de variedades consiguen dar la impresión, tan salerosa, de estar aprobando continuamente un examen de baile de San Vito... pero subjetivamente, con lo cual los pasos son aún más enrevesados.

Los productores son tan eficientes que si sus padres les hubieran enseñado el sánscrito, a estas alturas serían ya todos emperadores de Tierra de Fuego... ¡y habría que ver cómo subirían las importaciones de cerillas en aquel bendito país!

Puedo anunciar que se preparan mejoras sustanciales en los estudios de Televisión Española: pronto se explotarán en ellos minas de chorizo y se realizarán campeonatos de billar sentados en columpios.

Las ínfimas dificultades de Televisión nacen únicamente de los naturales problemas que acarrean las traducciones del americano; por ejemplo, habrán observado que los actores mueven siempre el azúcar de sus tazas de café al revés. También es cierto que la gente les tiene una tirria tan injusta como visigoda; pero en vista de ello, ¿por qué no regalan a los telespectadores irritados mantequilla de anchoa para suavizar las sábanas?

Las cadenas de Televisión Española son tan poderosamente plenarias que merecen los panegíricos más ditirámbicos escritos en una libra de butifarra. ¡Vivan las caenas!

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