El Barça fulminó al Español en tres minutos
Y de pronto se hizo la luz. Y el aburrimiento se hizo carne. Y habitó en el Camp Nou. Y volvieron a soñar con el título. Y creyeron ver pasar la cabalgata de los Reyes Magos por allí arriba, en lo alto, donde la gente acude a su localidad con prismáticos. Y pensaron vivir un sueño. Y gritaron a rabiar. Y chillaron como en los mejores tiempos. E imaginaron que Soler era Cruff y Roberto, Sotil. Y Beguiristain, Rexach. Y ja tenim equip. Y cantaron el gol como si se tratase del primero que ven en su vida. Gol, gol, gol.El Camp Nou se volvió loco. No estaba lleno, porque eso costará, y mucho, pero todos saltaron de sus asientos impulsados por un resorte que se llama ansiedad, hambre de triunfos, sed de victorias. Están tan necesitados, tan huérfanos, que cualquier cosa les sabe a gloria. Acuden tan predispuestos a ver el milagro, que cuando se produce no pueden por menos que celebrarlo a gritos. Aunque el hechizo vaya precedido de 61 minutos de aburrimiento y seguido de otros treinta de quiero y no puedo.
Durante 61 minutos, los hombres de Cruyff movieron el balón de un lado a otro del centro del campo blanquiazul, como si de un ataque de balonmano se tratase. Buscando la penetración individual por el centro o la triangulación por las alas. Una y otra vez. Mil veces. Y el público, que empezó como la gaseosa, se fue apagando poco a poco, aunque siempre mantuvo en su corazón la esperanza de soltar ese alarido feroz, oculto durante años, casi desde Sevilla.
Poco importaba que Soler y Beguiristain, el carril más caro de la historia de los ferrocarriles, sólo superado por el TGV francés, no dieran una a derechas. El vasco estaba muy arrinconado y el Nanu demasiado adelantado como para practicar sus galopadas a lo Gordillo. Daba igual. Ellos seguían sentados allí. Esperando lo prometido. Espectáculo, juego ofensivo, ataques fulminantes, aires renovadores, un soplido de ciencia infusa.
Habían acudido, no a ver derrotado al eterno rival -pues a éste ya le habían asestado un duro golpe de talonario en los inicios del verano arrebatándoles de sus brazos a sus dos hijos más queridos-, no, estaban allí porque les habían anunciado que se les aparecería el ángel de la guarda de Hugo Cholo Sotil, aquel que, de la mano del Profeta del gol, llamó un día a su Perú natal y gritó desde el destartalado teléfono del vestuario visitante del Molinón, aquel histórico "mamá, campeonamos".
Y Soler sacó un córner. Y se la pasó a Beguiristain. Y éste a Milla y el maño, que volverá al Miniestadi en cuanto llegue el olímpico brasileño, le devolvió el balón en una preciosa vaselina al ex realista. Y el gol habitó sobre el Camp Nou. Y el suelo se abrió a los pies de Cruyff, sentado en el palco, y de¡ cielo llovieron cánticos celestiales. Y la gent blaugrana se volvió loca de alegría. Y soñó en un mundo mejor. Y en eso llegó Soler, y Roberto, y el penalti. Y el 2-0. Y, después, la nada. El aburrimiento. El final.
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