Desnudos
Pasé un día de este verano en una playa seminudista del Ampurdán, y desde entonces no logro recordarlo sin una vaga incomodidad. Comprendo que no es muy práctico decir algo semejante en estos tiempos que sería excesivo llamar liberales, pero qué diablos, igual resulta que los tímidos no somos tan pocos.Es lamentable que haya de caer en la obligada advertencia de que la moral no tiene nada que ver aquí, o al menos no es ese el propósito. A estas alturas no deja de ser un alarde de imaginación escandalizarse ante un desnudo, y más ante un desnudo de playa. Bajo un sol de sal, frente a un mar quebrado por chillonas velas de plástico, entre una brisa aromatizada de cremas que no ocultan el olor a rubio a la plancha, la sangre fría indispensable al erotismo es todo lo más un síntoma de extrema juventud o, quizá, la prueba de que la noche anterior transcurrió en un cuartel.
Era esa una playa tolerante en la que los recatados éramos admitidos sin miradas de reproche ni, mucho menos, agresiones de las que ocurren en sitios donde la gente se toma estas cosas en serio. Aquello era Europa. Convivíamos sin molestarnos vestidos, semi vestidos y desnudos, incluso en el mismo grupo. Observé sin embargo que los desnudos se encontraban mucho más como en su casa -paseaban, retozaban sobre la arena, charlaban y hacían sociedad-, en tanto que los vestidos tendíamos a sentarnos con la mirada en la lejanía, nos bañábamos mucho y cuidábamos de que no nos sorprendieran espiando, no fuera que nos confundieran con paletos.
Mas la jornada fue larga y en una playa el ojo corre como en el desierto. Sí se observa a una amazona sobre una tabla de w¡nd-surf, seguro que tres barrigoncitos satisfechos se cruzan por delante, y si se busca la crema bajo el parasol, es a veces ¡mposible no toparse con un sexo oscuro medio ahogado entre dos fianes de celulitis.
No es cuestión de moral y quizá ni siquiera lo sea de estética, ideas que para algunos se confunden. Es tal vez que escondemos el misterio.
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