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Fausto y sus variaciones

La advertencia debo colocarla, por razones de conciencia, al comienzo de este texto. Por lo menos en un caso, ilustre, apasionado y tenue, la lectura de Fausto condujo, corno el mordisco en la manzana paradisiaca, a la sabiduría y a la muerte. Una heroína de Turgueniev escuchó, en. una tarde de verano ruso, la primera, parte: de la obra de Goethe y, no más; oírla, se dió a ver fantasmas (o se dieron éstos a subrayar su presencia habitualmente ambigua), y acabó por enfermar de algo que los galenos consultados no fueron capaces de diagnosticar sino de morbo fatalmente letal. Corría el año de 1853.En fechas más adelantadas, esto es, en la segunda mitad de la década de nuestros cuarenta, escribe Thomas Mann su Doctor Fausto, testamento, si del autor, también de un mundo entero. Durante su redacción estuvo Mann a las puertas de la muerte. El 6 de junio de 1944 le regala un amigo una vieja edición del primer Fausto; Mann acarició el libro reverencialmente. Conocía a fondo, en carne y en espíritu, los poderes finales de su contenido.

Se publicó Fausto, por vez primera, en 1808 y en Tubinga, la ciudad que albergaría la lúcida demencia de Hölderlin. Dicha impresión daba a conocer únicamente la primera parte.

El personaje Fausto aparece ,ya, en 1506, como juerguista avisado en una taberna. Digo avisado porque años adelante, en 1536, surge en Würzburg la pregunta de cuáles fueran las profecías de Fausto sobre la campaña que Carlos V mueve contra Francisco I de Francia. Fausto y, Mefistófeles eran entonces una y la misma hechura. En aquella Edad Media, harto tardía, cande un cierto abigarramiento tipológico: el sabio podía ser, también un desvergonzado que, si no descifra enigmas, planta cara, al misterio. ¿No había asentado Ockham, el venerabilis inceptor, el principio según el cual "no deben los entes multiplicarse sin necesidad"?

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Desde 1772 está en ciernes el Fausto goethiano. Ha cumplido el autor 23 años. Los padecimientos del joven Werther son de 1774, año en el que el futuro consejero áulico encuentra por vez primera a quien -para bien o menos- se convertirá en uno de los ejes de su vida: el entonces príncipe heredero de Weimar, Carlos Augusto. Los "estudios, ¡ay!, de filosofía,jurisprudencia y medicina y aun, por desgracia, teología" han empeñado ya los esfuerzos ardientes del Fausto de la primera parte de la tragedia., que no se publicará hasta 1808, es decir, un año después de que- empezase Goethe a escribir los Años de peregrinación de Wilhelm Aleister y uno antes de la publicación de Las afinidades electivas. El Fausto, en sus etapas sucesivas (Fausto primigenio: Fausto. Un fragmento, 1970; Fausto. Una tragedia, 1808; Fausto, segunda parte de la tragedia, 1831), es un caudal sustantivo en la vida entera de su autor. Goethe fue prolífico y longevo; la dimensión duradera del Fausto es, por ambas razones, aún más considerable. Cabe en ella el desenvolvimiento -cada peripecia, una obra maestra- de una creación variadísima, que va, por ejemplo a_riacrónico, de La elegía de Marienbad (1823) hasta La doctrina de los colores (1809): desde el crepitante lirismo de la ancianidad hasta un cientifismo sabiamente equivocado,

El tenia en sí de Fausto es también una constante occidental, desde los tiempos medievales hasta nuestros días. Goethe escudriña una figura gótica con anteojos ilustrados, y su genialidad estriba en que su Fausto es puerta abierta para el clasicismo y para el romanticismo del siglo XIX. Como asunto es, incluso, una clave indispensable en el entendimiento de las disputas literarias, tan dieciochescas, acerca de si ha de hacerse teatro a la manera inglesa o a la francesa. Lessing, en su decimoséptima "carta literaria" (1759), se apoya en Fausto, aunque ignora la existencia de Marlowe, para recomendar la primera alternativa. El Sturm und Drang necesitará la individualidad titánica y condenada de nuestro personaje. La "noche clásica de Walpurgís", en la segunda parte goethiana, supera esta limitación honrosa e instala a Fausto, al que salva un coro de ángeles, en parajes caros a Winckelmann (cuya muerte, a manos de un rústico al que solicitó homosexualmente, tuvo más de dramón que de escena blanca).

Más adelante hablaremos de Fausto y la música, o, lo que es lo mismo, del eco romántico de la tragedia. En tanto asunto incorporado definitivamente a la obra de su autor, Fausto es uno de los troncos de la cultura europea, en el que tienen unidad radical las más diversas ramas, unas frondosas y otras que lo son menos. Porque nuestra cultura es un litigio, sin vencedores ni vencidos, entre el amor y el conocimiento. Lo divino es aliciente y frontera de esta pugna inacabable. Goethe es consciente de la universalidad de su criatura: "Quiero gozar en mi interior ,más íntimo / del destino de la humanidad toda".

Es arriesgado generalizar sobre Goethe. Hoftnannsthal consideraba al Werther y, sobre todo, a Las afinidades electivas como dramas goethianos. Acertaba. Yerra, en cambio, Sartre cuando totaliza a Mefistófeles en Le diable et le bon Dieu (19). Götz de Berlinchingen es un capítulo fáustico, pero sólo uno. Como marxista, Engels fue más avispado que el Papa francés. Cuando Goethe le convenía a su catecismo, decía que era colosal (con k), y si se le escapaba de sus novenas laicas, afirmaba, sin empacho, que era mezquino.

Toda interpretación parcial de la gran obra se salva, únicamente, con el auxilio de la ironía. El Mefistófeles de Paul Valéry en Mont Faust (1945) es aceptable, entre otros motivos, porque puede aparecer, en una hipotética escena, ataviado con un esmoquin elegantísimo. (Con ocasión del centenario de la muerte de Goethe, en 1932, Valéry se ocupa, en la Sorbona, del discurso conmemorativo; en España, Ortega escribe Pidiendo un Goethe desde dentro.) Don Eugenlo d'Ors, que pretendió ser Goethe entre nosotros, supo muy bien lo que se hacía al dar de lado, en su repertorio de categorías, el término diablo y decidirse por otro más comprensivo, el de demonio, en el cual termina por dominar un peso que vuela: el ángel. Diablo es término demasiado gótico y grávido.

Esta figura universal que es Fausto despliega sus acciones en lugares pequeños, en localidades provincianas. Las calles de Leipzig o la corte imperial palatina no son precisamente cosmopolitas. En la obra, los grandes espacios son utópicos; los concretos, angostos. Lo cosmopolita es igual en todas partes, en París, en Londres o en Roma. La universalidad requiere una fuerte individuación, esto es, límites severos. Sólo éstos pueden romperse., ser superados; los gestos ilimitados no pasan de ser vagos.

Pese a tantas y tan variopintas reencarnaciones literarias, pictóricas y musicales, Fausto, de Goethe, sigue siendo el Fausto por excelencia.: una ¿tragedia? escrita. En cambio, a mi entender, el Don Juan arquetípico es el Don Giovanni, de Mozart, una obra orquestal y vocal sobre un texto que, literariamente, es de segundo orden. (De hecho, Goethe pensó, para la segunda parte de su Fausto, que la música debiera componerse al estilo de la ópera mozartiana.) ¿No sería conveniente que la morfología de la cultura reparase en estos contrapuntos?

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Fausto y sus variaciones

, duque de Alba.Este texto servirá, en su día, de estudio preliminar a la edición de Fausto en la colección Austral de Espasa-Calpe.

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