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Tenía que pasar

Falta una hora para que la carrera pase por el pueblo. La gente se va agolpando sobre la carretera. Es uno de los acontecimientos del año. Casi nadie podrá distinguir el paso de Delgado, ni de ningún otro corredor, porque pasarán rápidos ante sus ojos. Pero siempre podrán decir que por el pueblo, donde casi nunca ocurre nada, un día pasó Pedro Delgado.Pasa un coche multicolor y lleno de antenas. Y luego otro. Incluso éste más espectacular. Y una moto. Y detrás vienen más. Son grandes, incluso pavorosas cuando dejan escapar toda su potencia por el tubo de escape. Los comercios comienzan a cerrar. Ni es fiesta ni es hora de cierre. Pero toda la actividad comienza a paralizarse porque ya falta menos para el paso de los corredores. Las aceras comienzan a ser hasta insuficientes para contener tanto público.

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Aún falta mucho tiempo para que aparezcan los corredores, pero el espectáculo ha comenzado. Para los vecinos es también un acontecimiento que por allí pasen gentes; que parecen tan importantes, con esos coches y esas motos. Y además tan deprisa. Algunos incluso llevan sirenas. Allí van los periodistas, patrocinadores e invitados de la carrera. Forman parte del espectáculo. Además, como se lo creen, contribuyen a él. En los vehículos ya no les caben más pegatinas. Muchos, incluso, llevan antenas que no están conectadas a ningún aparato. Se trata simplemente de aparentar. Hasta ellos mismos se disfrazan y sobre el mono les cuelgan cables, micrófonos y bolígrafos.

Como se sienten protagonistas no quieren defraudar al público y se hacer, admirar al paso por los pueblos -los populares hasta piden un coche con techo corredizo para asomarse y saludar- y para ello nada mejor que realizar por las calles un paso propio de una película de persecuciones. Se encienden las sirenas, se toca la bocina, acelerador a fondo y derrape en la curva. El público se divierte hasta que lleguen los corredores.

El accidente de ayer ha tardado en llegar. Fue en la clásica de San Sebastián, pero podía haber sido en la Vuelta a España o en cualquier carretera sobre la que discurriera una competición con las figuras en danza. Y no sólo en España, sino en el Giro o en el mismísimo Tour, aunque en éste se procuran adoptar medidas extraordinarlas de seguridad. Pese a ellas, este año un niño de seis años murió arrollado por un vehículo. El peligro, conduciendo al límite, siempre acecha. Puede ser ese niño que cruza, o ese coche que se cuela. Son situaciones inesperadas, pero que se producen cada día, en cada carrera y en cada pueblo.

Y es que el ciclismo, desde que se ha convertido en un espectáculo millonario en público y, por tanto, en un escaparate publicitario móvil, se ha convertido en un deporte peligroso para ver. Pero el peligro no desaparece cuando pasa la caravana y llegan los corredores. El mismo Pedro Delgado se ha quejado de que los vehículos que le abren carrera le impiden muchas veces el paso porque éstos, a su vez, no se pueden abrir paso entre la muchedumbre. Y es que llega un momento en que una de dos, o te paras o arrollas.

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