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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La manzana mecánica

"DOS Y dos son cuatro hasta nueva orden", decía Einstein. Todavía la simpática suma sigue valiendo en las escuelas y en las tiendas, aunque ya haya altos matemáticos que duden de ella y sonrían de nuestra simplicidad. Pero desde entonces algunos millares de hechos comprobados y tomados como definitivos han caído, han sido sustituidos por otros -hasta nueva orden- y, en definitiva, lo que ha caído es el concepto de la verdad.La última vieja creencia que acaba de ser puesta en duda es la de la ley de la gravedad, o, por lo menos, su conocinúento actual, que apenas había variado desde que la manzana cayó sobre la nariz de Newton, interrumpiendo de una manera fecunda y genial la siesta del genio, 300 años atrás. Ahora, un equipo de científicos de Estados Unidos, que, sin embargo, fueron inducidos a la duda por medidas realizadas hace casi 80 años por el científico húngaro Roland von Eötvos, han tirado su manzana artificial -un medidor- por un agujero de 1.700 metros cavado en el hielo de Groenlandia.

El experimento, aunque no definitivo, indica que no se cumple la ley prevista por Newton, la de que la fuerza de atracción gravitatoria entre dos cuerpos es directamente proporcional a las masas de los -dos cuerpos que se atraen e inversamente proporcional al cuadrado de la distancia que los separa. De donde deducen que: a) la fuerza gravitatoria es mucho más compleja de lo que se creía; b) existe una quinta fuerza distinta a las de gravitación, electromagnetismo, fuerte y débil, o c) existe un sistema de corrección a la fuerza gravitatoria del cual se desconoce todo.

No parece que estemos en condiciones científicas de comentar este hallazgo ni sus consecuencias, que, según sus descubridores, pueden ser trascendentales para una nueva noción del universo. Lo que sí conviene es traer esta nueva corrección, aunque no sea definitiva, a lo establecido y sabido, a aquello con lo que trabajamos o en lo que se asientan nuestras nociones, al campo del humanismo, y a sumarlo a los apuros de identidad y noción de fin de siglo. Nada es verdad hasta nueva orden, y cada nueva orden puede deshacer enteramente la anterior, o corregirla, o modificarla; y esta nueva orden sólo será también provisional, y estaremos creyendo en ella a medias, en espera de otra que la cambie. Por tanto, sin entregarnos a ella.

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Todo esto que ha sucedido en el campo científico se ha hecho patente en la vida cotidiana y hasta en la vida trascendente del hombre: las religiones o las ideologías, los sistemas, la inoperancia repentina de aquello que aprendimos con dificultad y dolor. El amor es verdad hasta nueva orden -nada más frecuente-, y los queridos objetos, hasta que la moda o el consumismo los convierten en inservibles cuando todavía sirven para su función intrínseca. Uno mismo va dejando de ser uno mismo -sus valores, sus puntos de referencia, su juicio con respecto a personas y cosas, la introducción acucíante de la técnica- a cada segundo, influido por los acontecimientos y las costumbres externas, hasta convertirse en un desconocido. Un fastidio.

No enteramente negativo. Cualquier medida nos dirá que basar nuestras vidas en verdades que no sirven es más grave que estar en la inquietud de la espera de otras que puedan ser mejores -verdades más ciertas, si se puede decir-, y que vivir al día no es mucho peor que imaginar un proyecto de duración infinita. Que luego puede venirse abajo a poco que unos científicos tiren una manzana mecánica por un agujero en el hielo de Groenlandia. Que ya es raro.

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