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Cartas al director
Opinión de un lector sobre una información publicada por el diario o un hecho noticioso. Dirigidas al director del diario y seleccionadas y editadas por el equipo de opinión

Don Ramón

Cien años se cumplen ahora del nacimiento de don Ramón, aquel que en Buenos Aires las pasaba moradas en invierno y verano por no tener calefacción ni frigorífico. Le visité en el Instituto del Diagnóstico. Me hizo pasar su mujer, Luisa Sofovich. Les hice saber que viajaba a España y me dijo Luisa: "Si puede, amigo Cillero, vea cómo le pueden ayudar a don Ramón. Dígales que subsistimos gracias a la ayuda mensual que nos da el Gobierno argentino. Que no hay derecho a que un escritor como él viva como vive". Cuando se lo hice saber al embajador, se me subió por los cerros de Obeda, pues parece que le había conseguido una ayuda de la Fundación Juan March, dinero que dudo pudo ver don Ramón, porque el 13 de enero de 1963 moría en el más completo abandono uno de nuestros más grandes escritores del siglo XX. Dos horas estuvimos velándole el periodista Centeno y quien ésta firma. No vimos aparecer, en ese tiempo, a ninguna autoridad ni emigrante español. Nos daban el pésame argentinos ilustres, hombres de letras o admiradores de nuestro valioso don Ramón, aquel que me dijo estando convaleciente: "Si por algo siento morir, hijo mío, es por no continuar las greguerías, que son tan mías como mi propia sangre".Después nos acompañó Pedro Ara, quien nos dio detalle perfecto de cómo hizo el embalsamamiento de Eva Perón y los disgustos que ello le ocasionó con el presidente Perón. Cuatro grandes cirios sobre gigantescos candelabros rodeaban la elevada caja en un salón que era un verdadero páramo en soledad. Luisa, paseando por la oficina, vestida de negro hasta los tobillos y con la cabellera suelta sobre hombros y espalda, parecía una trágica griega. A las tres de la tarde se detuvo un taxi y subía la escalinata un hombre joven y grueso. Venía llorando. Nos dio el pésame con fuertes signos de dolor. Llorando penetró en el salón donde yacía el hombre a quien Ara, su grande amigo, apenas si conoció por la terrible consunción.

Comenzó a gemir. Llamaba a gritos a don Ramón. Le caían lágrimas y mocos... Se agarró a un candelabro y ambos cayeron rodando sobre la rica alfombra, bajo el arcón... Corrimos los tres para evitar un incendio. A los gritos salió Luisa, y cuando le teníamos levantado y ella le limpiaba la cara, nos dijo: "Perdónenle, es Tatito... Pobre Tatito..., le quería como a un padre... El pobre ha venido bebido, tienen ustedes que perdonarle".

¡Pobre velatorio el de don Ramón Gómez de la Serna, y pobre y triste España esta en todo tiempo para los escritores!-

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