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Desde su celda

Rafael Escobedo describió en su correspondencia la situación que sufría en la cárcel

Rafael Escobedo, que murió ahorcado el miércoles en la cárcel de El Dueso, barajaba desde hace al menos un año la idea del suicidio, tal y como escribió en una carta enviada al periodista Julio César Iglesias. En ella, Rafi exponía sus temores insuperables, sus dificultades afectivas y su imposibilidad para conseguir la atención de un psiquiatra, "que es como pedir un traje de astronauta". Otra carta enviada por su compañero de celda al mismo periodista relata un primer intento de suicidio, el 10 de marzo de 1987, provocado por las negativas a darle un permiso.

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"Esta mañana me he levantado, como siempre, a las ocho para el recuento. Y como casi siempre, sintiéndome mal por la resaca del exceso de tabaco y drogas del día anterior", contaba Rafael Escobedo. Hablando de su celda, que compartía con otros dos reclusos, explicaba: "Como suele pasar en estos sitios, donde malamente cabe uno meten a tres o cuatro. Hasta para cagar, llorar o masturbarte tienes que tener a alguien mirándote. Pierdes el pudor; todo es humano. ¿Por qué avergonzarte entonces? Con todo, no deja de ser doloroso, muy doloroso", concluye.En otro de sus párrafos de la carta, fechada en enero de 1987, decía: "últimamente no estoy demasiado lúcido y brillante, tengo muy mal la cabeza. Hace unos dos meses que estoy pidiendo una consulta con un psiquiatra, pero como si pido un traje de astronauta, lo mismo".

"Luego apareces un día ahorcado, como el pobre Luciano, el último que se ha colgado, y da igual, uno menos y un espacio más para el siguiente. Les duele más que se les muera una de las vacas que un interno".

El condenado por el asesinato de los marqueses de Urquijo explicaba la vista desde su celda: "Tengo dos grandes ventanas, desfiguradas por el doble cuadriculado del acristalamiento y las rejas. Desde ellas veo el mar; las paredes del penal, escrupulosamente reservadas para las vacas, y la playa. Me siento a veces, mirando desde aquí el mundo, como un niño pobre y hambriento de todo mirando un precioso escaparate. Todo está ahí, deseable, tentador y prohibido".

Además de su "único amigo", un interno llamado Salvador que le regaló un infiernillo fabricado en la cárcel, Rafael Escobedo habla en su carta de su "colegui" Nico, "un gatito precioso, muy simpático, con quien jugaba por la noche en la cama". Le había enseñado a esconderse en la taquilla cada vez que algún funcionario se acercaba a la celda. Pero un día le pillaron con el gato en las manos. Según narra Escobedo, "a Nicanor me hicieron matarle, pobrecito. Le aplasté la cabeza de un puñetazo. Tuve la mano mal, hinchada y dolida unos cuantos días, y juré mil veces que algún día me vengaria, no por mi mano, por Nicanor y mi corazón".

El diablo

Hablando del castigo qué acarreó el hallazgo del infiernillo y del gato, Rafael Escobedo declara: "En la cárcel no se fabrican delincuentes como se dice por ahí; se hace algo mucho peor, desarrollar los peores instintos del hombre a su enésima potencia". "Casi todos venderíamos nuestras almas al diablo (sic) por podernos vengar de todo el daño que nos hacen, por los malos tratos, las torturas, la impotencia y las frustraciones".

La angustia por el síndrome de inmunodeficiencia adquirida (SIDA) es menor que su desprecio por los cuidados médicos de que disfrutan los internos, y explica cómo a su "único amigo" le dieron un jarabe para la tos "por sus vómitos de sangre, en lugar de cuidarlo como dios (sic) manda

Para conseguir las atenciones médicas para su amigo que, había llenado un cubo de sangre vomitada, Escobedo había tenido que aporrear la puerta. Cuando llegaron a atenderle le tuvieron contestando un "interrogatorio estúpido durante una hora en lugar de atender al chico".

Después de criticar el sistema penitenciario y de escribir cuatro veces cada vez con letra mayor "¡Aguanta!", Escobedo relata: "Las resistencias merman y te van destrozando física y psíquicamente. Por muy dura que sea la vaca, acaba desgastándose". "Sólo quiero estar en algún rincón con todo lo que pueda echarme encima para mitigar el frío y la humedad de aquí" había escrito.

En uno de sus razonamientos, Escobedo se preguntaba para qué "buenos colegios, viajes al extranjero, señoritas francesas e inglesas, tutores, maneras, modales, cultura, refinamiento, etcétera. Hoy me gustaría ser muy fuerte y muy bestia", añade. "En un mundo en el que vivimos un colectivo tan variopinto, la brutalidad es lo práctico".

El preso expresaba su temor: "Convivir moros y cristianos, gitanos, chinos y negros, homosexuales, bisexuales, viejos y jóvenes, violadores, atracadores, drogadictos, asesinos. Es demasiado. Me están haciendo polvo y me da miedo".

En otro momento señala que todo él pertenece a la degeneración. "Me están haciendo tantas putadas [en la cárcel] ... se están ensañando conmigo de una manera tan cruel... El día que no me quede nada, sólo querré venganza y hacer daño, todo el daño que pueda".

Esperanza

La carta finalizaba con un atisbo de esperanza: "¡He vivido! Conozco los sentimientos del hombre de bien. Sigo siendo humano todavía".

Unos meses después, el 10 de marzo de 1987, Escobedo intentaba suicidarse por vez primera, cortándose las venas. La tentativa llevó a su amigo Salva a escribir: "Que una persona tenga que atentar contra su vida porque se la han destrozado oscuros e inconfesables intereses, y no tenga fuerzas para seguir luchando por algo que en derecho le pertenece y le es negado con un descaro e impunidad increíbles es algo que nos tiene que hacer pensar un poco".

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