'Clementina'
Jerusalén es un rebaño de piedras arenosas, apacentado por pensativos cipreses. Se encrespa sobre las hondonadas, y es tan hermosa que a su alrededor podría sentarse el mar para tener una conversación pueril sobre el peso de las olas. Cortada a menudo como un queso por secuencias violentas, la ciudad vieja, entre murallas, alimenta el cotilleo de cristianos, armenios, judíos y musulmanes. Hay días en que la violencia resulta intolerable. Un machismo de metralletas y uniformes verdes, con gafas de sol de patente americana, penetra los caminos que recorrió Jesús y que tantos, desde Jesús, andan corriendo a tiros.Pero Jerusalén tiene algo más, algo sin lo que no viviría. Souvenirs. Sobre todo, este año. Por sólo 15 dólares, amado lector, puede usted conseguir la muñeca Clementina, un delicado elemento de suave paño conmemorativo que, para celebrar el 40º aniversario de la fundación del Estado de Israel, ha lanzado una entidad benéfica local que trabaja para los niños pobres israelíes, aquí llamados niños no privilegiados. En Israel no hay pobres.
Sin embargo, si es usted amante de las emociones fuertes, si quiere recuerdos de Israel hoy, puede elegir entre una amplia gama. La piedra, por supuesto. Lástima que la piedra es tan universal que carece de carácter y no queda, en la repisa, tan bien como las caracolas. Tenemos, asimismo, al alcance de la mano balas de caucho rellenas de acero, que disparadas a la distancia adecuada rompen el hígado y vacían los riñones. No faltan diversos tipos de gases venenosos que le dan al ambiente una especie de flou, muy adecuado para las fiestas.
Todo ello palidece ante el souvenir genuinamente palestino que más se lleva ahora. Una niña de nueve meses, llamada Huda, que mira el mundo desde la última página del periódico Al-Fajr con su único ojo vivo. Los soldados israelíes le quitaron el otro con una bala de caucho. Está en brazos de su madre. La madre sonríe. Tiene otros seis hijos, y a la niña aún le queda un ojo.
Welcome to Israel.
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