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'Belinda"

El primer día que durmió en su nueva casa se acostó con Belinda, una gatita de muy pocas semanas que sus amigos le habían regalado como la guinda del pastel de la soledad. La vio crecer al tiempo que las paredes se llenaban de fotografías, las fotografías de polvo y los polvos de olvido. Belinda, una gata homérica y paciente, destejía los jerseis a arañazos por la noche y los intentaba tejer durante el día en una incesante persecución de ovillos. Como todos los que huyen de sí mismos, acabó cayendo de madrugada por el balcón del undécimo piso y al día siguiente la acera apareció teñida con ese color de gata joven y funámbula que tanto suele irritar a los conserjes. El aire olía a Belinda voladora y a una humana tristeza de almohadones vacíos y bienvenidas huecas.No fue fácil catalogar los átomos de gata y de cemento. Por eso llegó tarde a la oficina y se vio en la necesidad de justificar el retraso. Podía haber dicho la verdad: que su gata había sufrido un trágico accidente. Pero este tipo de dolor no figura en las ordenanzas laborales. Aquellos que lo aducen son tratados de maniáticos y cursis, cuando no de franciscanos infiltrados en una sociedad que se lamenta más de una avería del despertador que de la muerte de un animal de compañía. Ante la duda optó por lo primero y la comprensión brotó con entusiasmo. Lamentaban profundamente el descalabro del despertador. En el maletero, mientras tanto, yacía dentro de una caja de zapatos el cuerpo interrumpido de Belinda.

La noche fue un largo peregrinaje con Belinda a cuestas. Se hacía difícil encontrar un modo de deshacerse de su compañera. Pensó en la incineración, pero se imaginó su casa impregnada de un letal olor a guiso olvidado en el horno. Rechazó la muerte indigna de los contenedores. Se vio incapaz de lanzar a Belinda a un mar repleto de peces vengativos. De madrugada se encaminó hacia los descampados donde se alzará la Villa Olímpica. Escarbó un hueco y la gata contó a partir de entonces con el mejor mausoleo de la ciudad. Al llegar a casa, Belinda estaba ahí, con las restantes seis vidas, esperándole.

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