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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La nueva revolución mexicana

A PARTIR de noviembre y durante seis años, Carlos Salinas de Gortari será presidente de México. La suya ha sido la más exigua de las victorias en elecciones presidenciales mexicanas, pero, paradójicamente, adquiere por ello visos de mayor credibilidad y, por tanto, de mayor legitimidad. Salinas era, como todos sus predecesores desde hace 60 años, el candidato designado por el Partido Revolucionario Institucional (PRI), la organización que durante ese tiempo ha sido a todos los efectos un partido único. Tradicionalmente, el presidente saliente designa a un sucesor, el tapado, que se convierte en candidato del PRI, lo que hasta hoy quería decir en futuro presidente. Pero el sistema se ha quebrado. Una elección conflictiva y disputada (tanto que, contrariamente a la práctica triunfalista usual, han trasncurrido 10 días hasta que se han facilitado los resultados oficiales) ha dado bruscamente opción a otras formaciones políticas. En 1994, el tapado será sólo un candidato más.Hasta hoy, el PRI hacía y deshacía a su antojo, con lo que ello comporta de caciquismo, distribución de prebendas y corrupción hasta límites insospechados. Hace seis años, el país tocó fondo: la quiebra económica, la ruina moral, eran completas. Fue elegido presidente Miguel de la Madrid, un hombre de talante distinto, con cierta disciplina ética, con un programa de austeridad y saneamiento que, teniendo en cuenta las características de México, ha funcionado razonablemente. Los límites de este programa, al igual que los de su sucesor, Salinas, estaban en el día a día de un país tan lleno de problemas que resulta casi ingobernable y en los compromisos contraídos con los barones del PRI y con los jefes de los sindicatos, bases tradicionales del poder presidencial. Pero fue bastante que se percibiera un aire distinto para que en México estallara abiertamente, a la primera oportunidad, el deseo de ver que otro estilo político tomaba el relevo. En la campaña de 1988, en unos meses, Cuauhtémoc Cárdenas ha pasado de ser apenas un rebotado del PRI a líder del segundo partido del país, el Frente Democrático Nacional (FDN), una formación creada apresuradamente para estos comicios.

La distribución del voto es en sí una revolución. En un país acostumbrado a que el vencedor de las elecciones se mueva en cómodos e indiscutidos porcentajes de entre el 75% y el 98%, que Carlos Salinas haya obtenido sólo el 50,3% (doblegando, sin duda, para que así se declarara, las reticencias de los caciques del partido y las tradicionales tentaciones de fraude) es un vuelco tremendo en la base de su poder. Aún más importante es que Cárdenas, un político que no ha formulado un programa claro de gobierno y que ha basado su campaña en un populismo heredero de la fama de su padre, haya obtenido el 31,1 %, un resultado con el que no se atrevía a soñar hace apenas unos meses. Es también significativo que la formación derechista Partido de Acción Nacional (PAN), de Manuel Clouthier, haya superado el 17%. En el Parlamento, los dos partidos de la oposición casi igualan al PRI en la Cámara de Diputados, e introducen por primera vez a representantes en el Senado.

Dicho lo cual, Cárdenas y Clouthier deben aceptar la victoria del PRI, que es válida, incluso si se admite que ha existido algún fraude inevitable. Ambos deben dedicarse, en los próximos seis años, a construir para sus partidos una sólida base programática y a ensanchar su implantación geográfica, para así consolidar el éxito tan sorprendente conseguido en las urnas. Es una tarea larga, dificil y llena de responsabilidad.

El nuevo presidente se somete a una prueba de gobierno. Si consigue vencer las tentaciones de su partido, dominar la inflación, encauzar sin demagogia la deuda pública y apaciguar las sospechas de EE UU, le habrá prestado un señalado servicio a México. En las circunstancias actuales, parecería que sólo el PRI está en medida de provocar el cambio pacífico que el país necesita. Pero son los tres políticos, Salinas, Cárdenas y Clouthier, los que contraen la responsabilidad global de hacerlo posible.

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