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De juzgado de guardia

700 atestados y 50 detenidos cada 24 horas en la oficina judicial

Amelia Castilla

Una joven que intenta arrojarse por el viaducto y que en el último momento es sujetada por un policía; un muchacho de 30 años que se ahorca en su casa aprovechando la ausencia de su madre; órdenes de registro; conflictos matrimoniales; espectadores que denuncian por estafa a James Cotton y su banda de blues, y detenidos que se declaran inocentes ante el juez son algunas de las incidencias que se presentan cada 24 horas en el juzgado de guardia. Un cajón de sastre en el que cabe todo y en el que se revisan una media de 700 atestados diarios, referidos en su mayor parte a robos sin autor conocido.

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A las nueve de la mañana, José María Beato, titular del Juzgado de Instrucción número 19 de los de Madrid, ya está leyendo los atestados policiales referidos a las 49 personas internadas en los calabozos -50 es la media diaria-. El fiscal hace lo propio mientras el forense examina a los detenidos para preparar un informe sobre su situación médica. Ese juzgado cubrió la guardia de detenidos el pasado miércoles, y el número 20 hizo la de diligencias. La jornada duró 24 horas.Antes de dictar auto de prisión o de libertad, el juez baja a los calabozos. El sótano de los juzgados de instrucción madrileños, situados en la plaza de Castilla, huele a tigre. Detrás de cada puerta de hierro hay al menos seis detenidos, pero puede haber "los que haga falta" si se produce, por ejemplo, una operación primavera, dice un funcionario. El mobiliario lo componen literas metálicas, un lavabo y una taza de retrete. Los presos se sientan directamente sobre el metal, "de noche les damos mantas para cubrirse", asegura el vigilante.

El olor es aún más fuerte dentro de las celdas; el techo y las puertas están llenos de pintadas, la mayoría recuerdan nombres y fechas. En el servicio hay restos de excrementos y de vomitonas y un pequeño ventanuco enrejado por el que entra algo de aire. El ventanuco es la única sala de comunicaciones para familiares y presos. Desde la calle, las rejas quedan a ras de suelo, y es frecuente encontrarse en el exterior a personas que parecen hablar con las paredes. Son las madres o las esposas de los detenidos, que los han localizado en las celdas y les gritan que se van a quedar allí a esperar hasta que los dejen salir. Y algunas esperan.

Antes de calificar los hechos, el magistrado toma declaración a los detenidos. La comisión judicial la forman el juez, el secretarío y el fórense. Se reúnen en un cuartito iluminado artificialmente y presidido por una foto del Rey. Dos oficialas reproducen las declaraciones de los acusados, y dos abogados de oficio están presentes en la sala para asistir a los detenidos que no tienen letrado.

"Estoy limpio, es la primera vez que me pasa", dice un joven de 21 años. Después de pasar la noche en una comisaría y la mañana en el juzgado, su aspecto es desaseado. Está pálido, le tiembla la voz y, lógicamente, se declara inocente. El siguiente asegura: "No he agredido a ningún policía, aunque me dio motivos para que lo hiciera. A quien agredieron fue a mí".

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"Quiero pan"

A F. M. le detuvieron en compañía de su hermano y ninguno de los dos declaró en la comisaría. En las diligencias policiales consta que se encontraban en el interior de una droguería con la puerta forzada. "Señor juez", empieza su declaración F. M., "veníamos de tomarnos unas copas y vimos la puerta abierta. Pasamos a ver qué pasaba, y en ese momento llegó la policía y nos detuvo". Después declara su hermano: "No me acuerdo de nada. Había bebido y me comí un Rohipnol [hipnótico]".

El siguiente es un muchacho de 22 años. Entra decidido en la sala y pregunta al magistrado:

"¿Es usted el juez?". José María Beato asiente, y el detenido se dirige directamente a él: "No intenté vender hachís a un policía; los 19 gramos y el Tranxilium son para mi consurno". Mientras el juez le dice que lea la declaración y que la firme si está de acuerdo, él insiste: "Llevo dos días sin comer y tengo hambre. Quiero pan. Un trocito...".

Ese día también declararon dos hombres acusados de violación. Los detenidos alegaron que habían pactado con la víctima entregarle 10.000 pesetas por realizar el acto sexual y que los denunció porque sólo le pagaron 5.000. La ronda de acusados terminó con cuatro tunecinos acusados de herir de gravedad a un compatriota. Los tunecinos fueron asistidos por un intérprete.

La guardia de diligencias -de papeles, que dicen en el juzgado- está en otra planta. La juez es Felisa Atienza, y con ella trabajan una secretaria, cuatro oficiales, cinco auxiliares y dos agentes. Después de comer la juez tiene que salir a realizar el levantamiento de un cadáver. Es el de un joven de 30 años que se ha ahorcado en la escalera de su casa.

A lo largo de la jornada, la juez firmó una orden de entrada en una vivienda cuya propietaria no dejaba pasar a unos fontaneros a su casa; los fontaneros iban a arreglar una gotera que estaba a punto de hundir el techo de la vecina de abajo. La señora alegaba que acababa de arreglar el cuarto de baño y que se lo iban a dejar hecho una pena. También ese día fue internada una joven en un hospital psiquiátrico después de que intentara arrojarse por el viaducto. Antes había escrito a su madre y a su novio.

Y, a última hora, un grupo de personas que habían asisitido a la actuación de James Cotton denunciaron haber sido estafados. El rey del blues, según la denuncia, se dedicó a dar golpes al micrófono. Además se revisaron casi 400 diligencias, y cerca de 800 asuntos se pasaron al decanato para su reparto entre los distintos juzgados o se enviaron a los juzgados de distrito correspondientes.

Si la ciudad está tranquila, el equipo de guardia se acuesta en habitaciones habilitadas para ellos. Mientras los demás duermen, un funcionario contesta al teléfono y da la alarma si ocurre algo. La guardia del miércoles fue "tranquila".

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