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El rumor

"El rumor no es una noticia", declara el Libro de estilo de este periódico, y no se le atiende, aunque pareciera importante, sin investigar antes su veracidad. Pero el hecho de que los medias no recojan un rumor, dándole pública constancia, no lo anula; antes bien, lo convierte en una información paralela, que sigue su propio y sorprendente curso. El rumor es así "el más antiguo media del mundo", según lo califica Jean-Noël Kapferer en el libro Rumeurs, que acaban de publicar las Ediciones du Seuil, y que, según los rumores que me llegan, está teniendo gran éxito. No es éste, naturalmente, el primer estudio sobre tan curiosa materia: ya el propio Jung, en 1910, se había ocupado de sus aspectos psicológicos, y los americanos Allport y Postman, en 1946, y poco antes, R. Knapp, y años después, Gustav Le Bon en su Psicología de la multitud, habían intentado definir este fenómeno tan antiguo y universal. Pero, según Kapferer, esas definiciones, en general, parecen suponer que el rumor es siempre falso, y el hecho es que hay rumores ciertos, al menos en su origen, antes de que las sucesivas retransmisiones vayan modificando y deformando su contenido. "Allí donde la gente quiere comprender, pero no recibe respuestas oficiales, hay rumor. Es éste el mercado negro de la información". Y es natural que en las dictaduras, donde hay menos información que en las democracias, sea el rumor un medio de comunicación más utilizado. En una discreta encuesta sobre la credibilidad de los rumores en la URSS, el 95% de los miembros de la inteligentsia consultados, estuvieran más o menos a favor del régimen, "declararon que el rumor era más fiable que la información dada por los medias oficiales". Y los que vamos teniendo años y vivimos la posguerra española, recordaremos los bulos que corrían frecuentemente en aquellos tiempos, como la cría de ranas gigantes que iba a vencer el hambre de los años cuarenta, o la fabricación de gasolina a partir del agua, inventada por un austriaco que había convencido al Pardo, o las famosas minas de oro descubiertas por un sacerdote en la sierra escurialense.La propagación de un rumor no depende de que sea verdadero o falso. Aunque inicialmente pueda ser lanzado por maquinación o broma de un individuo o de un grupo de presión, el rumor es un hecho social espontáneo y prende en ambientes sociales que, por decirlo así, lo estaban esperando porque respondía a sus temores o esperanzas del momento o a creencias, más o menos permanentes, sobre la forma de ser del mundo. La esclavitud sexual de la mujer, por ejemplo, es una de esas ideas fijas, aún perdurante, y explica la credulidad que se prestó en Francia al caso de la boutique de Orleans: un periódico popular del Delfinado había publicado un reportaje sobre la desaparición de la esposa de un industrial de Grenoble en una elegante boutique de confección de la ciudad. El industrial había llevado allí a su esposa, la vio entrar, y aburrido de esperar en el coche, después de tres cuartos de hora, entró en el establecimiento y preguntó por ella. "Aquí no ha estado", le contestaron. Cauto, nada dijo en el momento, se excusó, pero alertó inmediatamente a la policía, que acabó descubriendo a su mujer en un cuarto trasero, sumida en un profundo sueño y con señales en un brazo de haber sido inyectada. Esto era un hecho cierto, una noticia, pero una semana después de la publicación del artículo, en Orleans empezó a correr la especie de que en un almacén elegante de prêt à porter femenino se practicaba, por métodos similares, la trata de blancas. Tanto revuelo produjo -acabaría obligando al referido negocio a cerrar sus puertas- que motivó un largo estudio, en 1969. del sociólogo Edgard Morín sobre El rumor de Orleans. El estudio llegó a la conclusión de que el origen de ese falso rumor estaba en las clases de muchachas jóvenes de colegios religiosos. "Esa población adolescente, aislada de las realidades sociales, viviendo en un ambiente cerrado, era propicia a la producción de fantasmas sexuales". Hoy día, en que las jóvenes hacen una vida totalmente abierta y permisiva, y aunque siga existiendo la trata de blancas, no se acogería un rumor de esa naturaleza. Prueba de que el rumor necesita de un consenso social de atención y plausibilidad, independientemente de su coincidencia con la realidad.

¿Por qué se creen los rumores? ¿Por qué se creyó en Nueva York que los marcianos estaban invadiendo Estados Unidos cuando el joven Orson Welles transmitía una adaptación radiofónica de La guerra de los mundos, de Wells? Yo publiqué en las ediciones de la Revista de Occidente el estudio ulterior que hizo el socio-psicólogo H. Cantril de aquellas horas terribles para miles de americanos -muchos de ellos, profesores y gente culta- que creyeron que Marte había invadido la Tierra y la humanidad desaparecería para siempre. Todo procedía de que la existencia de otra civilización más inteligente y avanzada que la nuestra estaba -y está- en el ámbito de lo posible. Norteamérica ha sido muy propensa a creer en rumores cuya falta de lógica y sentido no impide su divulgación. Grupos fundamentalistas del llamado Bible Belt, que ven el mundo como la lucha del bien y del mal, de Dios y del diablo, acusaron a la empresa de alimentación Procter and Gamble de que su logotipo de una luna cre-Pasa a la página siguiente

El rumor

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ciente con el rostro de un jupiteriano barbudo era alusión evidente a la secta Moon y a su fundador, Anticristo personificado. Para colmo de males, las estrellas que rodeaban a esa figura, uniéndolas con un trazado, daban la cifra 666, es decir, la "cifra de Satán según la interpretación de un versículo del capítulo 13 de libro de la Revelación". La empresa trató de desmentir el infundio, pero, como ocurre a menudo, lo único que logró fue afianzarlo, y no tuvo otro remedio que suprimir el logotipo que venía marcando sus productos desde hacía décadas.

Asimismo, el libro que nos viene sirviendo de pauta a estas reflexiones cuenta que en varios departamentos franceses -los de Perigord, Lot y Vaucluse- corrió el rumor, hace poco tiempo, de que "grupos ecologistas procedían a lanzar por avión víboras y repoblar así esas regiones con reptiles para que tuvieran alimento las aves rapaces y destruir las ratas y musarañas". En este caso, el rumor caía bien y nadie se paró a pensar que esas víboras se despanzurrarían al lanzarlas desde tanta altura y que hubiera sido mucho más fácil "alimentar a las rapaces con culebras, más grandes que las víboras, o movilizar a las lechuzas para acabar con los roedores".

Según Kapferer, para que una información se haga rumor debe cumplir tres condiciones: ser imprevista, aunque más o menos inspirada; referirse a temores o presentimientos conscientes en algún grado, y tener consecuencias importantes e inmediatas para el grupo social donde se difunde. "Su velocidad de transmisión no depende de la prisa con que se transmita de persona a persona. Más bien depende de que se refiera a la actualidad y es más lenta si se refiere a un hecho pasado".

El rumor se transmite por un amigo o un conocido a quien se cree "muy enterado", en las colas -esa gran penosidad de nuestras sociedades-, en la tertulia, en la oficina y, especialmente entre las mujeres, en las peluquerías. Puede ser un bulo intencionado, como suelen hacerlo los sindicatos para obligar a los directivos de una empresa a que hablen, o rumores financieros para influir en las cotizaciones bursátiles, que estos días vemos con las falsas OPAS hostiles que se anuncian por doquier. El rumor puede ser un puro chisme, una murmuración, una simple confidencia, una manipulación, una calumnia y hasta una inocentada. Siempre prosperan mejor los rumores que van bien con el carácter profundo de un país y los que muestran preferencia por lo catastrófico o por los poderes maléficos del ángel caído, Su vida es más o menos larga y un buen día terminan, aunque algunos experimentan un extraño retorno en la credibilidad de los humanos.

La historia es también un rumor: el rumor de los siglos. Surgen rumores muchas veces de que las cosas no sucedieron como dicen los libros o que los protagonistas del pasado no fueron como se piensa. Al acercarnos al quinto centenario del descubrimiento de América ya se están levantando rumores sobre Cristóbal Colón: de que era un ladino mercader, de que no sabía navegación, de que era un pirata francés y otras probables calumnias. El rumor histórico, cuando permanece, cristaliza en leyenda. El impulso soberano que mató a Villamediana, por ejemplo, seguirá flotando siempre en los aires del pretérito.

Pero el rumor más augusto, más tremendo y misterioso, es, claro está, el contenido de las religiones, el rumor de la revelación. "Es", dice el autor comentado, "la propagación de la palabra atribuida a un gran testigo inicial. Y resulta significativo que en el cristianismo, esa fuente originaria se denomine el Verbo". Ciertamente, el rumor del más allá, de lo eterno en el hombre, es el más estremecedor de todos.

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