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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El partido de los bandoleros

El País

LAS ELECCIONES en El Salvador arrojan un resultado preocupante para los que anhelan un progreso democrático y pacífico en Centroamérica. Ha triunfado a Asamblea Republicana y Nacionalista (Arena), suyo candidato ocupará la alcaldía de la capital, y contará con el grupo mayoritario en el Parlamento. Arena no es simplemente un partido de derecha. Está ligado a los sectores más reaccionarios del Ejército y a los llamados escuadrones de la muerte, grupos paramilitares responsables de numerosos crímenes. El propio presidente Duarte acusó en noviembre pasado d líder de Arena, el ex comandante Roberto d'Aubuisson, de ser el principal instigador del asesinato de monseñor Romero, el arzobispo de San Salvador asesinado en 1980 mientras decía misa.El gran derrotado ha sido Napoleón Duarte, y con él la política en la región de Estados Unidos, que apadrinó desde el principio la solución salvadoreña a la guerra y la vendió como un ejemplo a seguir en Centroamérica. La gestión de Duarte al frente del Estado ha decepcionado a una gran parte de los electores que eligieron en 1984, y que en 1985 dieron a su partido, Democracia Cristiana, una amplia mayoría. Pero el análisis de los resultados electorales no puede ignorar situación de guerra civil que vive El Salvador desde hace ocho años, ni el balance de 60.000 muertos, víctimas de los grupos paramilitares. En las elecciones de 185, Duarte logró aparecer ante gran parte de los sectores como el hombre capaz de recuperar la paz contaba con el pleno apoyo de Washington, y ello permitía esperar no sólo que podría sacar a la economía de la ruina, sino someter al Ejército al poder civil, acabar con los escuadrones de la muerte y abrir una negociación efectiva con la guerrilla encaminada a la pacificación. Algunos pasos ha dado en ese sentido durante los tres últimos años, pero ambiguos y sin resultados concretos.

En un país en guerra, los medios de presión del ejército son considerables. Además, como consecuencia de la táctica guerrillera tendente a paralizar las comunicaciones, los transportes militares han sido los encargados de llevar a los electores a votar, lo que les daba mayores facilidades para presionar. Cuando habla de democracia en El Salvador hay que relativizar el significado del término, en un país con niveles bajísimos de respeto de los derechos humanos. La potílica norteamericana presenta a Duarte como un ejemplo de dirigente democrático, y en cambio, al régimen de Nicaragua, como una dictadura leninista, la negación de la democracia. Tales simplificaciones deforman la realidad. Sin ignorar la distancia que separa Nicaragua de una auténtica democracia, el maniqueísmo de la propaganda de EE UU sobre este tema rea confusión y, con frecuencia, acaba definiendo como demócrata sólo a la persona dispuesta a obedecer los dictados de Washington.

Un rasgo básico de la escena política salvadoreñas, que en ella la izquierda no tiene cabida. Duarte no tiene otra alternativa que D'Aubuisson. El otoño pasado, algunos dirigentes de la oposición, aliados a la guerrilla, volvieron al país con el proyecto a largo plazo de preparar una presencia electoral de la izquierda. Pero no han comparecido en las actuales elecciones por causas de signo contrario: por una parte, la impunidad de los grupos paramilitares no permite la existencia de garantías para una acción legal de la izquierda; por otra, la guerrilla se niega a abandonar una perspectiva -ilusoria- de salida militar, lo que dificulta la inserción de la izquierda en la lucha política. De la inexistencia de una perspectiva democrática, como del fracaso de Duarte, acaba sacando ventana D'Aubuisson. Este giro hacia el fascismo -e incluso hacia el bandolerismo- de la política salvadoreña creará nuevos obstáculos para el difícil proceso de pacificación de Centroamérica iniciado el verano pasado en Esquipulas.

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