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'STEVEN SPIELBERG, EL MAGO DEL CINE'

Un alquimista sentimental

Dicen que cuando los ojos miran el cuenco de las manos y descubren que está lleno de oro, se les seca para siempre la fuente de las lágrimas.Si esto es así, Steven Spielberg debe tener invertidos los circuitos por donde discurren aquí abajo los sentimientos, porque a medida que este encumbrado alquimista -descubridor de una infalible variante electrónica de la vieja piedra filosofal- convierte en oro todo lo que le rodea, su inclinación hacia el sentimentalismo se agudiza hasta adquirir

virulentas proporciones epidémicas.

Y, de esta manera, quien en pañales comenzó, con Duel y Tiburón, dando tremendos sustos a la gente, a medida que se viste de persona mayor se inclina, con E. T., El color púrpura y El Imperio del Sol, por darle disgustos. De la sequedad del susto en el agua y de la aventura en el desierto, Steven Spielberg se ha pasado a la humedad del lagrimón con una facilidad extragaláctica. Dicen que nació al revés, o sea anciano, y que ése sea tal vez el secreto de tal singularidad, pues si bien se mira, a medida que crece, Spielberg mengua, y cuantos más años le caen encima, más se aniña. Y esto puede ser indicio de que su dorada E. T. no es otra cosa que su autobiografía oculta. Su reino, a fuerza de serlo en demasía, no parece de este mundo.

El principito enfadado

El gran niño del cine no sólo hace últimamente películas lloronas -unas tan buenas como El color púrpura y otras tan malas como El Imperio del Sol- sino que él mismo se ha vuelto llorón en su propia casa. ¿Dé qué se queja? Los ciertamente enrevesados gremios de Hollywood, que muy pocas veces dan en el clavo a la hora de discernir quién merece y quién no merece un oscar, han seleccionado su El imperio del sol para que opte nada menos que a seis de ellos, y el príncipe, ofendido por tan poquita cosa, se ha enfadado. Resulta que su dirección no ha gustado y que se le considera poca cosa para darle la dignidad de aspirante al premio a la mejor película del año.Es sabido que los cineastas -hay rarísimas excepciones- son tan obtusos como indulgentes críticos de sus propias malas películas -lo que no les impide ser agudísimos y feroces destronadores de las ajenas cuando son buenas-, y Steven Spielberg, por mucho que su especie zoológica provenga de Andrómeda, no se salva de esta quema: considera que su deficiente dirección de El Imperio del Sol, recién estrenada en España, es perfecta y que no hay otra película mejor que ésta. Sin duda, las lágrimas que le hace verter el resplandor del oro le han vuelto más miope.

Debe ser un maravilloso personaje, como buen sediento. Atestado de éxitos, reclama más, incluso cuando no se los merece, lo que le otorga un elegante toque de individuo contradictorio que lo enriquece aún más de lo que está. Hablar con él, indagar en sus laboratorios de alquimista óptico, quitarle la gorra de soñar que juega al béisbol y avenguar qué demonios esconde dentro de su fértil cráneo debe ser una aventura no menos fastuosa que las de Indiana Jones.

Capaz de hacer un año lo mejor y al siguiente lo peor, este formidable cineasta adolescente se va a poner hoy frente a las cámaras de TVE, que fueron a buscarlo a su casa de Los Ángeles, en un planeta llamado Hollywood, de la constelación de California. Seguro que merece la pena ver, para creer, su perfil de alquimista amargado porque no le quieren lo suficiente.

Steven Spielberg, el mago del cine, se emite hoy en el programa De película, a las 19.30, por TVE-1.

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