Ejemplos
La creciente presión para abandonar el hábito de fumar está provocando en algunas personas tensiones muy superiores a sus fuerzas. Una proporción de ex fumadores afronta la abstinencia apoyándose en la evocación de los males que se derivan del tabaco, pero para otros no es bastante. Se trata, en estos casos, de gentes más sensibles a los refuerzos de tipo positivo o también de individuos necesitados de recetas prácticas. Para estos dos grupos existe un libro del escritor norteamericano Walter S. Ross altamente interesante.Dirigido a las personas sensibles a los estímulos positivos, Ross expone, por ejemplo, el caso de la señora Pearson, una fumadora que tuvo una gripe que le duró cuatro semanas, durante las cuales no le apetecía fumar a causa del sabor desagradable que le notaba al tabaco. Tras este período, esta señora se dijo a sí misma que había roto el hábito y no tenía por qué comenzarlo de nuevo. En su lugar empezó a ahorrar el dinero que se habría gastado en cigarrillos, y después de un año había reunido una determinada suma. Con este capital, un amigo suyo, corredor de bolsa, le compró 20 acciones de una compañía de productos para el desayuno. Ella vendió los títulos y realizó nuevas inversiones que le proporcionaron una fortuna. Todo gracias a no fumar.
No obstante, alguien podrá decir: ¿y a mí qué me importa ser millonario si, dejando de fumar, engordo? No es una pregunta ociosa, y Ross no la rehúye. En este sentido, se describe, entre otras, la historia de un ama de casa del Medio Oeste norteamericano que para combatir el síndrome recogió pequeños guijarros de su jardín, los limpió y se los puso en la boca. A los claros los llamó vainilla, y a los oscuros, chocolate. Mientras tenía la boca llena de guijarros no podía comer ni fumar, y de esta manera neutralizaba día a día tanto el riesgo de engordar como la posibilidad de fumarse un pitillo.
Combinando uno y otro caso se llega a vislumbrar que no es tan difícil mejorar la salud, conservar la línea y, al cabo, terminar por hacerse rico.
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