Larisa Guseeva
El culto a la belleza y la sinceridad de una actriz soviética
"Debe existir un culto a lo bello, y en mi país, por desgracia, no lo hay. Te enseñan desde pequeña a no destacar. Menos mal que mamá me educó de otra forma". Quien así habla de la estética se llama Larisa Guseeva, es actriz, tiene 28 años y nació en los Urales. Es una de las actrices más populares en la Unión Soviética, uno de los países con mayor índice de asistencia a salas cinematográficas. Satisfecha sólo con su primera película, Romance cruel, confía en que la apertura de Gorbachov le traiga su gran oportunidad.
En Romance cruel, obra de Riazanov con trama sentimental, interpreta un papel clásico de mujer enamorada de finales del siglo pasado. "Toda actriz soviética sueña con hacer un papel de este tipo, de amor y traición". Pocas películas han levantado tanto entusiasmo entre el público y tantas críticas entre los especialistas como ésta, rodada hace cuatro años. "El espectador está cansado de ver en la pantalla asuntos cotidianos y propaganda; quiere volver a los temas clásicos, que pertenecen a todos". Guseeva tuvo como compañero protagonista en la cinta al actor y director Nikita Mikhalkov. "Un señor. Cuando llegaba al rodaje, parecía que trajese luz consigo". Precisamente ha aprovechado su estancia en España, adonde ha venido como invitada a la muestra de Oviedo sobre cine soviético, para ver la última película de Mikhalkov, Ojos negros, aún no estrenada en la URSS.De las 12 películas con que continuó su carrera, Larisa Guseeva prefiere no hablar: "Lamento todas ellas". Sin entrar en matizaciones, las califica de "bobadas". "A partir de ahora voy a ser más selectiva". ¿Qué puede aportarle usted al cine? Piensa, duda y dice seria: "Sinceridad, no mentir en mis trabajos. Hacer lo que le interesa a la gente. A las mujeres, sobre todo. A las que aman, sufren, lloran". Entre los modos cinematográficos, elige el "naturalismo, siempre que tenga una estética". Entre los directores, los italianos: Fellini, Antonioni, De Sica.
De padre arquitecto y madre maestra, trabajó primero como modelo. "Lo aborrecí. Demasiado cansado y sin ningún resultado visible. Has de pasarte 15 horas seguidas fingiendo un papel". Terminó los cuatro cursos del Instituto Superior de Teatro, en Leningrado, aunque nunca ha subido a un escenario. "No. No me atrevo por mí mal carácter. Puedo convivir con mis compañeros de trabajo dos o tres meses, lo que dura el rodaje de una película. Pero después entro en una crisis de comunicación. En teatro son años, no lo soportaría. No puedo retener mis impulsos".
A la pregunta de qué está cambiando la perestroika, contesta con una exclamación que hace aún más grandes sus ojos claros: "¡Por fin está cambiando! Antes se imponía el guión a los directores jóvenes; ahora tienen derecho a escoger. Personas importantes como Klimov han empezado a luchar para cambiar las retribuciones de los artistas. Ahora no hay categorías, nos pagan a todos igual, por trienios; y sólo cuenta la antigüedad".
¿Proyectos? "Espero que con la apertura me llegue la oportunidad de trabaJar con buen material. Si no, prefiero no hacer cine". ¿En la vida? "Tener hijos. El cine se pasa, todo se pasa para una mujer, menos los hijos". ¿Es lo que suelen pensar las actrices soviéticas? "Las normales, sí".
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