_
_
_
_
_

Juan Manuel Brito

"Pitar bien sin mirar a quién", lema del árbitro más joven de Primera

Juan Manuel Brito Arceo, natural de Tenerife, con 24 años de edad, es el árbitro más joven de la Primera División del fútbol español. Comenzó a pitar a los nueve años, y aún conserva algunas prendas de su primer equipaje. Une a su juventud la condición de economista, dos rasgos poco usuales en el arbitraje de este país, y cree que a los jugadores hay que tratarlos con educación para inspirarles respeto. El lema de Brito Arceo, bautizado en Canarias como el pibe de Taco, es "pitar bien sin mirar a quién".

Recuerda aún con emoción aquel partido de la Liga nacional en que fue despedido con pañuelos en un estadio, plaza poco dada a rendir honores al trencilla. Debutó en Primera en el Sánchez Pizjuán, poco después de contraer matrimonio, en el encuentro Sevilla-Logroñés, el pasado día 17, y otra vez repitió el éxito. Estaba tranquilo, asegura, y piensa que la frialdad es su mejor virtud.Conoció la noticia de su ascenso a la máxima categoría a mediados de año, el mismo día que era hospitalizado para ser intervenido de menisco. La operación se complicó al serle extirpado también un quiste en la zona afectada de la pierna, y tardó casi seis meses en recuperarse, lo que demoró su ingreso en Primera.

"Yo creo que arbitro bien porque me resulta fácil, y sé que la gente piensa que es difícil, pero, en realidad, nací para esto. En el campo no soy el mismo bonachón de todos los días. Sí, me transformo. Salgo a escena como si fuera un actor y asumo mi papel, con toda la carga de autoridad, responsabilidad y mesura que exige esta profesión y sin perder las buenas costumbres que he aprendido en el ambiente familiar". Brito Arceo, tras cuatro temporadas en Tercera y otras tantas en Segunda, siendo siempre el benjamín, se ha acostumbrado a llegar antes que otros por razón de la edad.

En su etapa escolar, el padre le permitía acudir cada miércoles al Frente de Juventudes de Santa Cruz de Tenerife para dar rienda suelta a su verdadera pasión: arbitrar. Cobraba 35 pesetas como juez y cinco duros como línea por partido. Un día alguien del colegio territorial de árbitros reparó en un niño que aplicaba el reglamento con personalidad a quienes le superaban en años y estatura. Pronto se convirtió en el primer árbitro de alevines en Canarias.

Nieto de un árbitro de los años cuarenta, el úmico antecedente deportivo de la familia, siguió los pasos de su abuelo sin haberlo visto actuar jamás. "Me lo contaban y, desconozco por qué, le invite. Me gustaría dedicarme exclusivamente a esto, pero es algo inviable de momento". Comparte su mejor afición, a la que dedica más horas de lo normal para prepararse fisicamente, con la gerencia de una empresa de material deportivo. Reconoce que ha llegado alto porque ha tenido suerte en la vida. "Hay que saber estar, comportarse y ser serio". Quizá sea su visión ética del oficio, que trata de transmitir a los profesionales del deporte en los cursos que imparte, lo que le ha hecho ganar fama de figura insobornable y rechaza que cualquier preferencia por determínados colores deba influir a la hora de ser justo con los contendientes. Enseña lo que aprende en la Escuela de Entrenadores de Tenerife y se muestra receptivo ante la posibilidad de introducir cambios en las normas vigentes del fútbol. Si de él dependiera, un empate no puntuaría.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_