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Vientos de fronda en Canterbury

El suicidio del canónigo Gareth Bennet ha iluminado la pugna por el control de la Iglesia anglicana

, Una corona de claveles rojos con una simple leyenda, "Un hombre que dijo la verdad", acompañó el martes al crematorio el féretro que transportaba el cadáver del canónigo Gareth Bennet, quien se suicidó a los 58 años como consecuencia de las reacciones provocadas por su análisis de la situación de la Iglesia de Inglaterra y, más en particular, por su diatriba contra el pritnado, el arzobispo de Canterbury, Robert Rancie. La lucha intestina por el poder y la orientación de la Iglesia de Inglaterra ha vuelto a librarse en pasillos y conciliábulos tras su sangrienta escaramuza pública. Una y otra facción en conflicto pueden enarbolar ahora sus mártires, y ambas ponen a Dios de su lado.El desencadenante de la tragedia ha sido la publicación este mes del anónima prólogo de la actual edición del Crockford's Clerical Directory, el quién es quién de la Iglesia de Inglaterra, una guía sin interés más allá de los círculos eclesiásticos. Este año, sin embargo, el prefacio del Crockfard's contiene un deletéreo análisis de la situación en esta iglesia y un no menos destructivo retrato de su responsable desde 1980, el arzobispo Rancie.

Las 18 páginas de elegante prosa son la proclama del ala más conservadora de la Iglesia de Inglaterra, que se siente postergada por los liberales que manejan el timón, y el manifiesto de quienes pretenden impedirla ascensión a la cátedra de San Agustín del sucesor natural de Rancie, el arzobispo de York, John Habgood.

El documento presenta, en resumen, una iglesia en franco declive, preocupada más por atender a las caprichosas corrientes sociales del momento -propensa a aceptar la homosexualidad, el aborto, el divorcio y la ordenación de mujeres, entre otras innovaciones- que por profundizar en la solidez teológica de la tradición. El responsable de tal situación es Rancie, cuya política no es otra que la de "seguir la línea de menor resistencia" y posponer pronunciamientos "hasta que alguien toma una decisión".

El arzobispo de Canterbury es, a sus 66 años, un liberal elitisra a quien gusta rodearse de hombres de esa misma cuerda, para lo que está dispuesto a pasar por cierta carencia de conocimiento teológico y que ha formado un equipo re,.,tor casi cooptado entre afines, que lleva ala Iglesia de Inglaterra al descrédito y al borde del cisma.

Tal denuncia provocó el pasmo en las filas eclesiásticas tanto por su dureza como por estar dictada desde el anonimato. La mayoría de los obispos se solidarizó con Rancie y replicó con términos que dan para construir el siguiente juicio: "Una cobarde, injusta, despreciable einsidiosaagresión de un espíritu mezquino que sólo busca la venganza". Al tiempo, episcopado y prensa emprendieron frenética carrera por descubrir al autor del prefacio.

Cuestión de liderazgo

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En cuestión de horas, el cerco se cerró en torno a Bennett, un agudo y solitario conocedor de las intrigas del poder en la Iglesia de Inglaterra, quien, al final, optó por suicidarse con los gases del tubo de escape de su coche tras sufrir un acose que para él se convirtió en "un infierno de desesperación". Así se dijo en la homilía de su imponente funeral, celebrado en la capilla medieval del oxfordiano New College, donde Bennett enseño historia durante años.

La catilinaria de Bennett es la más evidente muestra de la Lucha que se libra por el liderazgo de la Iglesia de Inglaterra, que se espera abandone Rancie el próximo verano.

Tres fuerzas compiten por esa dirección: los tradicionales anglicanos, entre quienes militaba Benneth los evangelistas, de inclinación fundamentalista, y los progresistas. Los dos primeros grupos claman contra la distribución de poder e influencia realizada por el último, cuyas cabezas visibles son Runcie y Habgood. El problema que se les plantea es la carencia de candidatos, pero cuentan con La ayuda que pueda proveer el cielo mediante la mano de Thatcher y la ayuda de mazazo:; como el del Crockford's.

Buena parte del estamento político conservador aborrece a Runcie, y Margaret Thatcher ha echado chispas en varias oportunidades con los puntos de vista manifestados por el arzobispo. Rancie oró por los caídos argentinos en la guerra de las Malvinas durante una solemne ceremonia fúnebre en la catedral de San Pablo por los soldados británicos, lo que enfureció a la primera ministra, y en otra ocasión publicó un documento sobre la situación social en las ciudades que fue motejado de "teología marxista" en las filas conservadoras.

Los conservadores temen la llegada a Canterbury de Habgood, mucho más crítico que Runcie y "el principal teólogo relativista entre los obispos", según Bennett, pero, dado que el nombramiento último depende de Thatcher, tratan de pararlo. La primera ministra ha guardado un exquisito silencio durante todo el incidente, pero un diputado conservador perteneciente al Sínodo General (especie de Parlamento de la Iglesia de Inglaterra) ha sido muy claro: "Queremos hermanos en el Señor. No queremos liberales".

Runcie

El arzobispo de Canterbury, que ha guardado total discreción durante estas semanas, manifestó poco antes de que trascendiera el polémico texto que la misión de la por algunos despreciada teología liberal era "seguir el compromiso de Dios con la vida del mundo, interpretarlo y asumirlo".

En el funeral de Bennett, donde hubo una nutrida representación de obispos conservadores, se habló del dolor que el canónigo "sufría por pertenecer a una Iglesia que más parece guiada por !a moda que por la tradición recibida". Aun después de estas palabras, el texto de la corona de claveles rojos que acompañó al féretro de Bennett al crematorio anunciaba que el combate sigue.

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