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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La casa del 'Guernica'

EL CENTRO Reina Sofía es probablemente el primer caso de un gran edificio que se compra, se restaura y se habilita sin saber para qué, como símbolo de cierto vacío que domina en la política cultural del Estado. Después de años de vaguedades y de indecisiones sobre su destino y sobre sus objetivos, el Reina Soria se propone ahora como sede de los fondos del Museo Español de Arte Contemporáneo (MEAC), una vez salvadas las distancias de su función actual por las que le condicionen como museo. Para ello será necesario no sólo adquirir nuevas obras, sino también despojar otros edificios y hasta sótanos donde hay cuadros alejados de la vista del público. Esta operación en que el hábito hace al monje, o el edificio al museo, valdrá finalmente lo que valga, pero por el momento se pueden expresar todas las dudas, vista la política general museística.Dentro de esta voluntad de aprovisionar al Reina Sofía para que deje de ser un monumento al vacío está la de despojar también al Casón del Buen Retiro del Guernica, de Picasso, para cuya instalación se realizaron abundantes gastos, además de una lucha política por su posesión o depósito. Es indudable que pertenece al arte del siglo XX, bajo cuya advocación se pondrá el Reina Sofía; y también se le puede llamar por el nombre común de cuadro, a condición de que se olviden otras cuestiones: su fuerza embiemática, su condición monumental en sí mismo, su carácter de representante de una lucha mundial contra la barbarie, su significado de libertad. Y su propia historia, desde que se instaló en la Exposición Universal de París hasta que una larguísima batalla del Estado consiguió rescatarlo de Estados Unidos y traerlo por primera vez a su país de origen, cumpliendo los deseos del propio Picasso, para darle una sede propia y aislada, dependiente del Museo del Prado. La instalación en el Reina Sofía contravendría esa voluntad, pero no es sólo ese importante detalle el que desaconseja que el traslado se haga sin más reflexión. Son la propia significación del cuadro y su historia las que advierten que el Guernica no debe moverse más. O acaso no debe moverse a cambio de nada.

No parece que la instalación del Guernica en el Casón del Buen Retiro -que es también un edificio que ha atravesado los años sin saber bien para qué servía hasta que ha encontrado su finalidad- haya sido una entronización excesiva, y la aglomeración de visitantes internacionales, que no van exactamente a ver una obra de arte, sino la forma cuajada de un pensamiento universal y de unas aspiraciones civiles permanentes, lo demuestra así. No es lógico, ni siquiera permisible, que vaya a confundirse con los otros cuadros del siglo XX -sin menoscabo para la riqueza artística de éstos- o a gravitar sobre ellos y dominar con sus condiciones internas y casi metafisicas el nuevo museo.

Su aventura ha sido ya demasiado larga y muy difíciles sus viajes. Ha encontrado una casa, un lugar donde está convenientemente instalado y donde él mismo es todo un museo. No hay que someterlo a la eterna indecisión española, a este reino de lo provisional, donde se tiende a disfrazar de creaciones los trasiegos y las mudanzas. En Madrid, las estatuas viajan continuamente, las fuentes y las portadas se cambian, los cuadros emigran, como las oficinas de los ministerios y los despachos de los ministros mismos, como los destinos de los edificios o como los funcionarios. Dejemos ya al Guernica a salvo de esta provisionafidad perniciosa, de esta mutabilidad que falsea todo nuestro fondo nacional. Donde está irradia, por fin, lo que Picasso quiso expresar como un trozo de la España doliente y rasgada, y que se ha universalizado y convertido en símbolo de todos.

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