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Voces amigas

Los aparatos de radio están poblados de voces que se dicen amigas y que suenan acariciadoras y joviales, siempre corteses y expresivas de buenos modos de convivencia. En las emisoras comerciales todo ello va trufado de mensajes de la publicidad patrocinadora de lo que suelen llamar "espacios" y que evidentemente son "tiempos"... ¿Qué sería la vida para muchas gentes -me pregunto- sin estas voces amigas? Un silencio opaco se extendería por infinidad de habitaciones, y también infinidad de personas sentirían la angustia de una sordera difícilmente asimilable. ¡Oh, el silencio, el silencio! ¡Qué fenómeno tan extraño e insoportable! ¿Qué hacer en una casa silenciosa? ¿Habrá algo más lóbrego que el silencio? Y, por el contrario, ¿hay algo más divertido que un chisme sobre folclóricas contado desenfadadamente por una personilla chistosa? ¿O más instructivo y benéfico que un buen consejo para nuestra salud, o una recomendación cosmética para nuestra belleza?Grandes áreas de silencio había, antes de Marconi, en el planeta Tierra. Éste era, más o menos, una provincia del silencio de los espacios infinitos que aterraba a Pascal. Era el silencio de la mar, pero también de los hondos valles y de las altas montañas: el silencio en el que se oían las voces del silencio. Planeta de inmensos silencios con pequeñísimos islotes de palabras y de música, y con algunos episodios por aquí y por allá de "horrísonos" truenos, como s )lían. decir los poetas románticos. Algún viento "ululante" completaba esta precaria geografía de rupturas del silencio rey, pues el piar de los pintados pajarillos, los rumores del arroyuelo o el susurro producido por el ventalle de cedros -"y el ventalle de cedros aire daba"- no eran ni son otra cosa que ilustraciones y subrayados del gran silencio de entonces y de lo que hoy queda de aquel augusto silencio.

Sin hablar ahora de los grandes ruidos que aturden a las gentes en las grandes ciudades, y menos aún de los agujeros negros de super/ruido en formas musicales o paramusicales -las discotecas-, se puede afirmar que ya apenas hay silencio en el mundo, pues lo más probable es que hasta aquel pastorcillo que guarda sus ovejas en la hondonada esté escuchando, en lugar de, como antaño, las voces del silencio o quién sabe si voces interiores que lo acompañaban, lo que le cuenta un programa radiofónico, cuyas voces suenan íntimas y amigas en sus oídos y resuenan, acompañantes, en su solitario corazón.

Está muy bien la radio. Es un buen invento. No se puede decir lo mismo de otros, como la televisión, y en esto me apunto, aunque con poca experiencia, a las tesis -¿quizá demasiado radicales?- de Jerry Mander en su obra Cuatro buenas razones para eliminar la televisión. Pero la radio es un buen aparato social en principio, aunque el uso mercantil que se hace de él parece una maldición necesaria al menos por ahora, pues sin anunciantes o patrocinadores no hay nada que hacer; queda la radio pública, con sus problemas específicos -aparte de estar transida también, insidiosamente, de publicidad (en la promoción de discos, por ejemplo)-, y el mundo de las más puras manifestaciones radiofónicas: los radioaficionados. Tiene también (le malo muchas cosas, aparte de las ahora apuntadas: su tendencia, al parecer obligada, a convertirse en un angustioso reloj: "ya nos queda un minuto; díganos usted en 30 segundos lo que opina de la situación del teatro español actual". Tics, conversaciones interruptas, ráfagas de música (que no son música ni nada) y saltos de una cosa a otra, entre el melodramatismo y la trivialización.

En cualquier caso tiene la radio un gran valor como signo social: como termómetro de la temperatura social o cultural, o como quiera. decirse. Por ejemplo, creo que un estudioso de lo que está siendo nuestro tiempo, una vez que nuestro tiempo haya pasado (y ya está pasando: lo que ocurre es pasado en el mismo momento de ocurrir: lo que ocurre ya es ocurrido, digámoslo así), encontrará en las grabaciones de los programas radiofónicos una estupenda fuente de información.

Varios serán los programas de radio actuales que será interesante consultar a la hora futura de describir y analizar los caracteres del período posfranquista -no sé si quedan grabados y archivados muchos o algunos de ellos, pero es deseable que así sea-, y entre ellos se puede señalar desde hoy una preciosísima fuente de información en el titulado Protagonistas, procedente -de la Radio Nacional franquista y hoy copeyano (de la COPE) y, naturalmente, demócrata. La miseria intelectual y el mal gusto estético que caracteriza seguramente este período cristaliza muy bien, a manera de modelo sonoro, en este Programa, que entre otras cosas ilustra la penosa situación en que se halla, entre el hedonismo y la mera idiotez, una parte notable de la intelligentsia española, pues no se trata tan de que dicho programa sea, como lo es, una especie de cara)rana de carcas más o menos joviales, sino que la batuta, entre cursi y elocuente, de su director, Luis del Olmo, hace bailar a su ritmo patriotero y ramplón no sólo a intelectuales dizque progresistas en otros tiempos, sino incluso a comunistas de carné. El resultado es ruborizante en extremo -¿a ellos no les dará vergüenza?-, incluso desde el punto de vista de una estética benévola; y el interés verdadero del asunto reside en que no se trata de una excrecencia anómala o anómica, sino de un síntoma: las cosas son así, y éste es el pastel español de nuestros días. El arrogante baranda del programa y sus amiguetes campan por sus respetos en ese inundo de las ondas, y los más burdos y tópicos comentarios son la moneda corriente de sus diálogos. El baranda dispone con gracia del stock de sus muñecos; y cada uno hace su numerito y su reverencia y, en definitiva, su homenaje al analfabetismo del jefe. Como digo, lo interesante del asunto es que no nos encontramos ante una mera anécdota pintoresca sino ante un signo sociológico. ¿De un síndrome de la democracia posfranquista? ¿Lo llamaríamos el síndrome del stock-Olmo? El chiste verbal es malo pero está a la altura de las circunstancias. Voces amigas, decíamos en el título de este artículo, y ahora puede pensarse que hay una maligna ironía en ese título. No hay tal, pues es muy cierto, para la fortuna de las personas solitarias, que en estos aires suenan también, en la medida de lo posible, voces verdaderamente gentiles. Voces amigas que generalmente sirven -¿y cómo podía ser de otro modo?- a la causa de un optimismo convencional.

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