El estigma del milagro

Recién salidito de Desesperación, su polémica adaptación de Nabokov, Fassbinder plantó cara a otro proyecto ambicioso, éste de cosecha propia: El matrimonio de Maria Braun, un nada sencillo melodrama que encerraba en sus fibras sutiles la imagen misma de la historia reciente de Alemania Occidental, el milagro alemán, desde los últimos petardos de la guerra hasta el punto álgido de Adenauer, concretamente hasta ese final del Mundial de fútbol que dio a su país el título (es una radio la que puntea los momentos históricos, excelente recurso narrativo que abre al exterior una historia eminentemente de registros interiores).Ese interés de Fassbinder hacia su pasado reciente, hacia esos hechos que han hecho de Alemania un país decisivo para el devenir de nuestro siglo, seguiría haciendo acto de presencia en su cine posterior, en películas como Lola o Lili Marleen, aunque ninguna de ellas alcanzaría la pureza de líneas, de profundidad y de poesía de El matrimonio de Maria Braun, filme poseído de un fuego letal: el de su protagonista, Maria Braun, extraordinariamente encarnada por Hanna Schygulla. Ella es el estigma de su tiempo. Ella es el ser indefenso y frágil que irá encalleciendo sus membranas, articulando su arma principal, el amor, para combatir la peste de una posguerra difícil. Amará apasionadamente a su marido, pero apenas podrá disfrutar de 48 horas de matrimonio. El resto de sus días habrá de estar destinado a ser metáfora del neocapitalismo.

Un personaje, en fin, que escribe las páginas de la Alemania contemporánea con el valor tangible de sus piernas y el supuesto de su temperamento arribista. Pero Fassbinder la comprende y nos la hace comprensible sin llegar a encerrarla en la cajita de las víctimas del destino. Un filme exquisito, una de las cimas de su autor.