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Tribuna:LA MEJOR YEGUA ESPAÑOLA
Tribuna
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Última tarde con 'Teresa'

Fernando Savater

La afición a las carreras de caballos en este país tiene algo de heroíco y mucho de masoquista. Organizadas de acuerdo con una antigua legislación franquista y administradas por una Sociedad de Fomento cuyos avatares directivos parecen sacados de una farsa y licencia valleinclanesca, los pocos intentos razonables de popularizarlas han tropezado con el boicoteo semiinconsciente de la incompetencia y la desidia. Para colmo, cebras venenosas traídas a la buena de Dios de quién sabe dónde por quién sabe quién amenazan con diezmar nuestro ganado equino y nos aislan aún más hípicamente del mundo desarrollado al que, según cuentan, casi pertenecemos.De las cebras pasemos a los asnos. Se dice que las carreras no son un deporte popular: mire usted, nadie nace enseñado. Aparte del fútbol, establecido por el franquismo como deporte nacional y derivativo inocuo de rencillas nacionalistas, fueron la televisión y Santana los que popularizaron el tenis, como han sido la televisión y Seve Balleteros los que han popularizado el golf, etcétera. Hace un par de semanas, una yegua nacida y criada en España corrió brillantemente una prueba clásica francesa, el Prix Vermeille. Una carrera dura, incluyendo preparativos alrededor de seis o siete minutos, pero televisión no encontró hueco para retransmitirla en directo -lo que habría supuesto interrumpir durante esos minutos una prueba de motorismo que aún habría de durar 20 minutos más- ni, que yo sepa, pudo incluirla en el Estudio estadio esa noche, donde se nos informó de todo tipo de deportes y de todos los resultados futbolísticos imaginables, incluidos los de la Bundesliga alemana y la Liga holandesa. Admito que el fútbol apasiona a más espectadores que las carreras de caballos, pero ¿es seguro que es prioritario retransmitir encuentros de liga extranjeros antes que la primera ocasión en que una yegua española compite en una clásica europea? Como en otras ocasiones respecto a televisión, se pregunta uno qué querrá decir exactamente eso de "servicio público" y quién determina lo que sirve y el público que ha de ser servido.

Porque la cría caballar de puras sangres es una artesanía enraizada cultural y tradicionalmente en ese fondo peculiar de este país al que tanto se recurre otras veces con fines más agresivos. Porque es una industria que alimenta a muchas personas, que aprovecha los recursos naturales propios de un país aún esencialmente agrícola como éste y que es un negocio económicamente floreciente en Europa, América y Japón, base de recursos esenciales en algunos países como Irlanda, etcétera. Porque puede ser una fuente de recreo estético y de emoción apostante, no digo que mayor que otras, pero, desde luego, no inferior a las demás y menos foráneas que los incidentes de la Bundesliga.

El p asado domingo, nuestra Teresa, una yegua con nombre de mística y de princesa, hija de Rheffisimo y de Takala, dos campeones de nuestro turf criados por grandes propietarios desaparecidos, como el conde de Villapadierna y Antonio Blasco, entrenada por Claudio Carudel, se midió con los mejores purasangres de Europa en el Arco de Triunfo, la prueba de grupo primero más ilustre de este continente y una de las más importantes del mundo. Otra monta desafortunada, como la del Prix Vermeille -pero mucho más injustificable-, le privó de mostrar su valía: quedó claro, eso sí, que es de la misma clase que los mejores o, como diría Shakespeare, "del mismo tejido con el que se fabrican los sueños". Fueron cinco minutos de una prueba en sí misma bellísima, cinco minutos que en el caso de Teresa habían sido conseguidos al precio de muchos años de afición y mimo, cinco minutos en los que nuestro país entraba en pie de igualdad en un mundo deportivo que une la más exigente estética con la rentabilidad económica: pero Televisión Española no tuvo cinco minutos para una conexión en directo con Longchamp. ¡Quién estuviera en Zimbabue o cualquier otro de los numerosísimos países que disfrutaron de tan raro privilegio! Ahora la pregunta decisiva es sí alguien íntentará rentabilizar el prestigio de esta ocasión para intentar hacer algo serio con las carreras de caballos en España o si tendremos que seguir conformándonos con la peste de las cebras y el cáncer de la desgana.

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