La foto
Observen la foto publicada ayer por los periódicos con Adolfo Suárez y Felipe González reunidos en la Moncloa y apreciarán que ambos caballeros constituyen, cada uno a su modo, un misterio insondable de la biología. La comparación de este documento gráfico con el que les muestra en el mismo lugar 10 años antes, aunque con los papeles invertidos, es estremecedora.Por una parte, el ex presidente y forever duque ha debido de alcanzar tal pacto con sus células que, a su lado, lo de Fausto fue lo que una falla valenciana en relación con el incendio de Moscú. Más que al líder del CDS, parece que el actual presidente ha recibido en su palacio a un Inquietante Adolfito en sus siete años luciendo un traje Casa Ramona de primera comunión, que es para todos los niños su más sincera ilusión. Ni una cana en el pelo Cortefiel, ni una arruga de más en la faz de vendedor de coches californiano. Y siempre, en los ojos, la complacida expresión adolescente de quien no sale de su asombro al verse crecer hecho una promesa andante.
Por el contrario, vean a Felipe González en las dos fotos y comprenderán que la transformación de El Lute en don Eleuterio Sánchez fue una simple cuestión de matiz frente a la experimentada por el presidente en estos años. De aquel morenazo lustroso que le daba fuego a Suárez exhibiendo unos contundentes muslámenes, rematados por el bajo del pantalón en forma de campana, a este señor con sienes pero sin adornos eróticos visibles hay un largo trecho durante el cual han sido abandonadas las alegrías más elementales.
¿En qué consejo de ministros especialmente movido, en qué discusión atroz con Redondo perdió el señor González sus míticos piernámenes? ¿Tras qué noche de duda hamletiana decidió convertirlos en austero medio de locomoción? Sobre todo, ¿qué afán de autocastigo, o de respetabilidad innecesaria, le llevó a realizar el pacto demoniaco al revés?
En cualquier caso, los dos caballeros de la foto asustan. Lo suyo no es normal.
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