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Tras los marxismos

El concepto de izquierda política ha pasado a ser problemático en la cultura actual. En muchas partes se plantea si tiene todavía sentido mantener la tradicional distinción entre izquierda y derecha. El autor mantiene la tesis del carácter actual y operativo de aquella tradicional contraposición, una vez que el concepto de izquierda se ha liberado del corsé de la teoría marxista en todas sus versiones y variantes. Expulsado del PCI en 1967 por trotskismo, el autor es codirector de la revista italiana MicroMega y comentarista político del diario romano La Repubblica.

En el curso de una generación, tal vez menos, el concepto de la izquierda política ha sufrido una espectacular metamorfosis, que ha visto desaparecer su estado de obviedad y sustituirlo por la problemática condición de incertidumbre. Y esta última es de tal manera profunda que en muchas partes, sobre todo en Italia y en Francia, se plantean la pregunta (prontamente transformada por la moda cultural en arrogante y definitiva pretensión) de si la distinción y contraposición entre derecha e izquierda tiene todavía sentido o no sea más bien el residuo melancólico de una época ideológica definitivamente superada.Según esta lógica (¿posmoderna?), el concepto de izquierda debe encontrar a partir de ahora su emplazamiento natural en la trastienda de un ropavejero o en algún tratado de arqueología industrial.

DEFINICIÓN CONFLICTIVA

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La tesis que aquí se pretende defender, por el contrario, afirma el carácter explícitamente actual y operativo de aquella contraposición. El término izquierda continúa representado el exigente estenograma que reanuda la crítica de lo existente en toda su radicalidad, racionalidad, practicabilidad. Además, tan sólo con la desaparición del marxismo en todas sus versiones y variantes, tan sólo tras los marxismos, y ya liberado de cualquier deuda o vinculación con ellos, puede el concepto de izquierda expresar la coherencia de una crítica de la realidad que sea presupuesto y promesa de una transformación efectiva -concreta, cotidiana y radical de esa misma realidad.

El que hasta un recientísimo ayer el término de izquierda sonara como algo obvio no quiere decir que la definición fuera pacífica y no conflictiva. Por el contrario, cada versión del marxismo era herejía para las otras, y la lucha por la legítima posesión del término fue con frecuencia sangrienta. La extrema izquierda lo es tan sólo en apariencia; en realidad es una derecha pequeño-burguesa, como pudieron decidir e imponer Lenin y Trotski. Pero esto tan sólo después de haber aplastado la sublevación de Kronstadt con sus soviets libertarios. Y con la misma lógica (aunque siguiendo otra política), Stalin demostrará el carácter pequeño-burgués, de derechas, del trotskismo. Lo mismo hará Mao contra Liu y Deng, y Deng, contra la viuda de Mao.

Presentarse como la auténtica izquierda, como el espíritu auténtico de la revolución, permite, si la operación tiene éxito, controlar y ocupar un recurso estratégico, el de la legitimidad ideológica. Con irreductible hostilidad y recíprocos anatemas, las diversas ortodoxias custodian celosamente la común convicción que no hay más una única verdad en el campo histórico, social y político. Por esta razón se la disputan encarnizadamente.

Y con esto nos acercamos al punto crucial. En el tradicional concepto de izquierda, deducido de las diversas escuelas marxistas, coinciden y se sobreponen los resultados de criterios interpretativos bastante diversos. Veamos.

Nos podemos decidir siguiendo el criterio de la solidaridad y de la compasión, poniéndonos de parte de los desheredados y del sufrimiento, cristianamente. Se puede invocar, obteniendo idéntico resultado, el criterio de la justicia social, de la racionalidad enfrentada con los privilegios y las desigualdades de todo tipo. Se puede tomar el flanco sociológico con pretensiones científicas, y aquello por lo que se va a tomar partido es la clase trabajadora. Nos podemos limitar al análisis económico; éste resulta ser el mismo fenómeno que aquí se llama plusvalía y explotación. Podemos ascender a los elevadísimos cielos de la filosofía y encontrar entonces a la clase trabajadora, pero como universal en vía de realización. Se puede descender a las bajezas de la táctica política, y para garantizar el universal, esto es, la certeza de una emancipación universal, aunque futura, tendremos el partido/vanguardia, armado en exclusiva de la ciencia (de la sociedad) y de la consciencia (del proletariado).

El marco de referencia está constituido por una clásica filosofía de la historia, donde la sucesión de los acontecimientos está guiada por una razón providencial y necesariamente orientada al pronóstico de una sociedad reconciliada y realizada en su propia esencia. Precisamente como consecuencia de ello -y en, este punto debemos concentrar nuestra atención-, el tradicional concepto de izquierda se revela como un criterio parasitario y meramente negativo.

Realmente, en el sentido tradicional marxista, la izquierda no se caracteriza por un proyecto autónomo de sociedad futura o por la elección de algunos valores éticos fundamentales y especificadores. Marx se rió siempre de las recetas de las farmacias del porvenir sobre el suplemento de alma de cualquier socialismo fundado sobre la moral.

La izquierda, según esta tradición, no es más que la supresión de la derecha, la expropiación de los expropiadores, la abrogación de la propiedad privada de los medios de producción, el derrocamiento de la burguesía y de su poder, la destrucción de la democracia representativa y parlamentaria, una democracia "limitada, miserable y monda" (Lenin). En dos palabras, el socialismo no es un proyecto, sino un proceso, exactamente "el movimiento real para abolir el presente estado de cosas" (Marx).

Por tanto, la mera realidad histórica en su proceso de realización. Pero las leyes que rigen la dialéctica de lo humano, y que Marx pensaba haber descubierto, indican como el siguiente movimiento de la historia universal consiste precisamente en la supresión del modo de producción capitalista. Y garantiza, además, que esta supresión realizará ipso facto lo positivo de la humanidad auténtica, dando vida a una sociedad completamente desalienada y carente de conflictos.

La negación del universo burgués, en cuanto negación última, debe necesariamente producir el universo perfectamente humano de la libertad por la igualdad y de la igualdad por la libertad.

Pero en octubre de 1956 los obreros y estudiantes de Budapest tomaron las armas para derrocar un poder que había a su vez derrocado al precedente poder burgués y suprimido la propiedad privada de los medios de producción. Aquella supresión, por tanto, desafiando las leyes de la dialéctica histórica, se había ciertamente realizado sin realizar a su vez la positiva sociedad de la igualdad general.

FORMAS DE EXPLOTACIÓN

Algunos años más tarde, a lo largo de un río que no todos los mapas llaman Ussuri, el Ejército de la Unión de las Repúblicas Socialistas Soviéticas y el de la República Popular China intercambian disparos de artillería, cada vez menos fraternales, aunque tanto en la URSS como en China se hayan suprimido, con el modo de producción capitalista, las raíces de todo nacionalismo y que, estrictamente, tras tales supresiones no debieran existir ni ejércitos.

El "movimiento real que va a abolir el presente estado de cosas", en resumen, con su procedimiento de supresiones, no garantiza éxitos unívocos y positivos. El derribar la opresión puede dar lugar a nuevas e incluso más duras opresiones, la liberación de la explotación burguesa puede dirigimos a formas inéditas y más intensas de explotación.

En otras palabras: el concepto de izquierda, si quiere indicar, en resumen, la posibilidad (y la deseabilidad) de condiciones de vida para todos y cada uno en un más alto nivel de libertad e igualdad, no puede limitarse a proclamar, con el poeta, "lo que no somos, lo que no queremos" (Montale), sino que debe asumir completamente el riesgo de hacer una formulación positiva y programática. Debe ser proyecto. Farmacia del provenir, exactamente, con sus recetas, que tanto enfurecían a Marx.

Hoy también en la Europa continental, que había visto su florecimiento y en ciertos momentos también su monopolio cultural, observa la caída vertical de la teoría marxista. Este hundimiento verdadero y propio no hace, sin embargo, obsoleta la distinción y la contraposición entre derecha e izquierda, sino que libera el concepto de ésta de los paralizantes cepos constituidos por cualquier filosofía de la historia (y por lo demás por cualquier otra forma de congnescitismo ético).

Se trata, para la izquierda, de un giro quel puede marcar una época. Raras veces se ha observado realmente cómo el pregrama enunciado por Marx en la XI tesis sobre Feuerbach fue completamente ignorado por él y por todas las escuelas que inspiró. Si la historia sigue sus propias leyes y se trata tan sólo de descubrirlas, la ciencia de Marx no hace más que añadir un nuevo discípulo al ampIio grupo de los que se han limitado a interpretar el mundo, cuando de lo que se trataba era de transformarlo.

La caída del marxismo libera, al menos virtualmente, a la izquierda de la categoría del ser. Y aclara definitivamente que el concepto de izquierda está carente de sentido a menos de no enraizarse en el riesgo de la elección moral, de un deber ser carente de garantías metafisicasi (poco importa que se pretendan científicas o se confiesen religiosas).

De la necesidad histórica de la ciencia pasamos a la moral. Por tanto, de la certeza, a la duda. Del proceso, al proyecto. De La dsescripción, a la prescripción. De la decisión irreponsable (porque se trataba tan sólo y siempre de ir "en el sentido de la historia"), a la promesa y al riesgo de la decisión auténtica, de la plena y personal asunción de responsabilidad moral.

Los marxismos, bajo este decisivo aspecto, se revelan tan sólo como una provincia de aquel extenso territorio filosófica donde se exalta y teoriza la fatalidad, la necesidad, la feliz coincidencia de lo real y de lo racional. Así pues, es la más dura ética del éxito, ya que sólo la victoria decide sobre la razón o la sinrazón, da testimonio sobre el favor de Dios y de la Razón, separa a los réprobos de los elegidos. El lema de estas filosofías es el vae victis y justifica cualquier crímen, con tal de que tenga éxito, mientras condena todo heroísmo si es derrotado.

Que sea esta lógica, en vez de la opuesta, la que fuera adoptada por tantos que pretendían mejorar el mundo bajo el signo de la libertad y de la justicia es aIgo más que un trágico malentendido sobre el que no podemos profundizar en estas líneas. Hay algo que se manifiesta con claridad y es lo abusiva e ilusoria que es la pretensión de superar las crisis del marxismo recurriendo a otras variantes de aquella improbable ética constituida por la moral del éxito, la santificación de lo que ha sido, de lo que ha tenido éxito, de la exaltación de la competitividad y hasta de la arrogancia, de la agresividad, de la prepotencia, con tal que sea victoriosa.

El individualismo egoísta y adquisitivo, que no conoce la solidaridad, sino tan sólo la lógica de amigo/enemigo, no resuelve del todo las antinomias contenidas en el marxismo. Y menos que nunca indica a la izquierda un camino para salir de su crisis actual (que se ha generalizado un poco, incluso donde la izquierda, o lo que se hace llamar así, está en el poder). De hecho, hay más cosas en común entre el yuppy y el marxista (y el reaccionario que cultiva a Carl Schmitt) de cuanto saben las respectivas filosofías. Hay, sobre todo, una que es decisiva: que el éxito justifica.

No hemos tratado de una versión concurrente del concepto de izquierda, la socialdemócrata del walfare state. Y esto, por un motivo fundamental. No nos parece que sea una respuesta a los problemas que se plantean a la izquierda en un futuro próximo. No sólo porque la concepción misma del welfare está, en sus términos clásicos, en crisis, sino porque sobre todo también la versión socialdemócrata del concepto de izquierda sigue prisionera de un. vicio que comparte con los marxismos y que desarma las dos tradiciones teóricas de los trabajadores respecto al liberalismo: la incapacidad de pensar en el individuo y de concebirlo radicalmente (cosa en lo cual falla el liberalismo), como existencia auténtica (aunque no exactamente en los términos de Heidegger).

La socialdemocracia del welfare, como los marxismos (incluyendo los socialdemócratas), conoce tan sólo sujetos colectivos y fundados casi exclusivamente en los intereses económico-sociales. Para el individuo vale la indicación (o presunción) genérica de los mapas antiguos: hic sunt leones. Pero la revolución copernicana que debe realizar la izquierda es precisamente ésta: del nosostros al yo (Savater, Micromega, 2-87).

Como la izquierda no puede eludir la obligación de elegir sus propios valores, de declarar los términos del deber ser por el que se decide y compromete y que la califica, estos valores son aquellos históricamente afirmados por las revoluciones que han construido la modernidad: libertad, igualdad y fraternidad.

La decisión y el compromiso, por ello, se reducen a un solo valor: la coherencia, la elección intransigente para no consentir la separación entre el decir y el hacer, entre la teoría y la práctica. Pero este valor es bastante menos inocuo de lo que parece. Bastante menos genérico. Si analizamos a fondo lo que quiere decir hoy día la trinidad del 89, cada uno podrá descubrir que hasta categorías desacreditadas (para la izquierda, pero no sólo para ella), como eficiencia y legalidad, vuelven a caracterizarse como discriminantes y a delinear una crítica no ciertamente tibia de lo existente.

REFORMISMO

Todo esto es reformismo, no hace falta decirlo. Tan sólo en apariencia, sin embargo., teniendo firmes los valores de la izquierda, es el reformismo algo menos que La revolución. Se puede ser revolucionario sin revolución y no por eso encontrarse en contradicción. Pero un reformista sin reformas es una contradictio in adjecto, un vicio lógico, una monstruosidad práctica. Una befa. El criterio del reformismo es un criterio exigente, que no consiente hipocresía ni escapatorias. El reformismo se mide por las reformas realizadas, sobre "los más" de legalidad, libertad, igualdad y eficiencia que cada cual puede experimentar en la vida de cada día, en la propia y en la del prójimo.

El reformismo de la cháchara, tan difundido hoy tras los marxismos, está en los antípodas del reformismo y es la coartada hueca de una izquierda que se ha instalado confortablemente en lo existente y que de la izquierda sólo conoce lo peor: el gusto por el poder.

Traducción: Javier Mateos.

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