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Tribuna:LAS COMPETICIONES EUROPEAS DE FÚTBOL
Tribuna
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Dos "pibes" de mil años

Jorge Valdano

Son de la misma generación y crecieron separados por un mismo mar; los separó aún más la injusticia del origen, pero los unió para siempre el pelotazo invisible de la pasión futbolística. Ni los comparo ni los equiparo; sencillamente, los asoció a una idea limpia de entender el fútbol y una manera mágica de practicarlo. Cautivan grandiosas ilusiones colectivas desde proporciones distintas, manejan dólares por millones, son los dueños de todos los titulares y se siguen poniendo tristes cuando no juegan bien.A Butragueño nada le obligó a ser pícaro. Arrancó con ventaja desde el principio, pero no se abrigó nunca en facilidades. Se encontró con el fútbol a la hora del recreo en el patio de un exclusivo colegio del centro de Madrid y su talento solucionó rápidamente los problemas derivados de la falta de espacios para un exceso de piernas. Desde entonces no necesita espacios, los inventa; 30 centímetros de luz le alcanzan para aplicar su sentido exacto y hermoso de la pausa y de la aceleración. Recibe de espaldas y, ¡halehop! ya está de frente. El área es su feudo, y es ahí donde saca el carné de sublime, cuando, rodeado de piernas nerviosas y carnívoras, abandona la pelota y baja los brazos como si se entregara. No le crean; en realidad, no se entrega: lo que está haciendo este incorregible encantador de serpientes es una rápida sesión de hipnosis y, cuando están mansitos, se conecta directamente en quinta velocidad, para aparecer, sano y salvo, en el único lugar en donde, extrañamente, no hay nadie. Si hay suerte, la jugada termina en gol, pero de otro, porque él, como Bochini, de esas groserías no parece querer ocuparse.

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En el barrio donde nació Maradona los padres se suben a los colectivos a las seis de la mañana y se bajan de los colectivos a las diez de la noche porque ser digno cuesta tiempo y fatiga. Pibes descalzos que juegan al fútbol en potreros desparejos ven en una pelota el símbolo que los distrae de desgracias presentes y les promete un escape futuro.

Exportar asombro

En esa fábrica de habilidad, Diego le puso técnica a su imaginación ("no hay genio sin técnica", nos dejó Pablo Picasso) y desde muy joven se puso a exportar asombro. Es distinto porque todo lo hace bien y lo hace bello y es inexplicable porque no responde a ninguna computación. Cualquier lugar de la cancha parece su sitio natural; su pierna izquierda rectifica en la última fracción de segundo; cuando parece que frena, arranca, y cuando parece que arranca, frena. Anda por las canchas desafiando las leyes del equilibrio y anda por el mundo regalando felicidad. Ser su compañero es peligroso, porque su magia te hace olvidar el protagonismo convirtiéndote en espectador. Hasta cara de bobo te deja. Me hacen recordar el tango, porque son dos pibes de mil años que a veces juegan goteando y a veces juegan a chorros, pero que siempre emplean artes nobles para rescatar el fútbol de la mediocridad.

En el Real-Nápoles ninguno de los dos logró lucir. Se encontraron, después del partido, en un restaurante de Madrid y se saludaron tímidamente. No importa que la vida haya obligado a Diego a salir desde atrás y le haya (lado al Buitre la pole position. Los dos estaban igualmente tristes y a los dos les dolía exactamente el hueco que tiene asignado el orgullo. Hoy, en San Paolo, dos genios con el orgullo herido tendrán su segunda oportunidad. Puede pasar cualquier cosa. Si al final ríen, será porque todos nos hemos divertido.

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