Clubes irresponsables
MUY POCOS días después de que los graderíos de un estadio se poblaran de pañuelos blancos y gritos pidiendo explícitamente la dimisión del presidente del club, éste, sonriendo, presentaba a los aficionados un nuevo entrenador (después de haber dicho, una semana atrás, que antes de proceder a un relevo de esa naturaleza cesaría él), y anunciaba que aquella crisis quedaba solucionada. Al saliente le indemnizó con unos 60 millones de pesetas, pues en el momento en que le renovó el contrato así lo garantizó. Uno de los jugadores que este técnico contrató, compatriota suyo por cierto, logró del mismo presidente un sustancioso contrato por ocho años de duración. Antes de terminar el primero de ellos, ya era tan evidente el error que se le dio de baja federativa, pero al acabar la temporada el mismo máximo dirigente decidió no traspasarle ni pactar la rescisión del contrato, por lo que sigue -sin jugar- teniendo como única actividad seria y garantizada, hasta dentro de más de 80 meses, el ir a recoger los sueldos y las pagas extraordinarias. Se da la circunstancia de que la persona responsable de estas decisiones no va a tener que pagar ni un duro de su bolsillo por estos errores.Esta y otras mil anécdotas que conocemos todos, sobre muchos clubes y muchos presidentes, subrayan el carácter esperpéntico del mundo de las entidades futbolísticas españolas. Convertidas en ejes de la distracción favorita de varios millones de compatriotas, y destinatarias de una buena parte del dinero que dedican al ocio, estas sociedades administran muy mal las importantes cantidades privadas aportadas por los socios y espectadores, y, actualmente, hacen lo mismo con las generosas subvenciones que aporta la Administración para contribuir a su saneamiento.
El principal problema de los clubes no reside en los ingresos, y el incremento de los recursos, por importante que sea, no puede solucionar los problemas de fondo, que son el despilfarro y el descontrol económico. Los clubes españoles no están obligados a practicar una política de transparencia económica ni siquiera ante sus propietarios, que son los socios. Una reglamentación completamente obsoleta atribuye facultades sin límite a los directivos, sin la contrapartida de obligarles a responder de manera detallada de sus decisiones y sin comprometerles ni a una sombra de responsabilidad sobre lo que hacen.
A partir del principio de que los presidentes y directivos son simples aficionados que desempeñan esa misión de una forma desinteresada y voluntaria, es decir, no profesional ni remunerada, se tejen las coartadas de que a cambio no se les tiene que exigir demasiado -por no decir nada-, y de que debe perdonárseles las alegrías en el difuso terreno de los gastos de gestión y los de representación.
Si en la futura reestructuración de la normativa sobre entidades deportivas que prepara la Administración no se incorporan principios como el de que los directivos tengan que responder de sus actos, la instauración del control de taquifiaje, la obligatoriedad de auditorías externas sobre toda la gestión, y el acceso de los socios/propietarios a todas las cuentas delclub, el fútbol español continuará en su onerosa pendiente. Es muy posible que ante este tipo de marco muchos de los desprendidos directivos que ahora alardean del altruismo con que se dedican a administrar las entidades, den un paso hacia atrás y dejen el campo libre a otro tipo de aficionados y gestores. A la vista de que ahora no quieren hacer caso a los pañuelos ni a los gritos de la grada ni a las críticas, tal vez sea la única manera que quede de quitarlos de en medio.
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