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Reportaje:

Víctor Rubio

El 'baldadiño' de la película 'Divinas palabras'

Rosa Rivas

Su personaje hace correr dinero y sangre en Divinas palabras, la obra de Valle-Inclán recién llevada al cine por José Luis García Sánchez. Víctor Rubio es el baldadiño, un ser inocente al que pasean en un carretón de feria en feria. Timidísimo madrileño de 25 años, dejó hace cinco años sus estudios de informática por una película de aventuras y luego probó el veneno del teatro en tres importantes montajes. Tiene fama entre sus compañeros de actor estudioso, de machacar mucho sus papeles, y su pasión por el cine y la escena es tal que sería feliz yendo a un rodaje por las mañanas y a una función por las tardes.

Sabedor de sus sueños, un amigo le comentó que necesitaban figurantes en Hundra, una coproducción hispanoestadounidense, y allá fue Víctor Rubio, a transformarse en guerrero, aunque no hablara. Después fue un chulo-gánster en La pantalla diabólica, y sí habló. No tardó en llamarle Miguel Narros para su montaje en Madrid -presentado también en la Europalia de Bélgica- de la obra de Lope de Vega El castigo sin venganza. "Ése fue mi trampolín, porque seguí en la compañía para El concierto de san Ovidio, de Buero, pero entonces no me lo tomaba en serio", dice Víctor, a quien le preguntaban "¿Qué haces?", y respondía "Nada, estoy en un teatro". "¿En cuál? "En el Español". "¡Pero, tío!" (aspavientos).Rubio tuvo sus buenas parrafadas en La gran pirueta, de José Luis Alonso de Santos, estrenada en el verano de 1986. Después actuó en unos cortometrajes y en el filme para TVE Las gallinas de Cervantes, presentado al Premio Italia. Hasta que surgió Galicia. Porque los dos meses de rodaje que pasó allí este año le dejaron enamorado "de la tierra, de los compañeros, de Valle-Inclán...".

En cine y teatro escasean los temas y papelones inolvidables, y esta pobreza general de ideas la acusan aún más las personas de baja estatura, que son cantera, contra su voluntad, de actividades humorísticas o circenses. "Los guionistas deberían pensar otro tipo de historias para nosotros. No tenemos por qué hacer reír siempre", dice Rubio, enemigo del encasillamiento. Quiere seguir haciendo cosas dignas y calibrar bien las ofertas, ya que en sus cinco años como actor no ha fluctuado entre cimas y abismos, "los escalones han sido siempre de subida".

Vive con su familia en Madrid, y el padre, jardinero del Ayuntamiento, se resistía en un principio al tirón artístico del hijo. "Él me recordaba continuamente que la vida del artista es riqueza hoy, hambre para mañana, pero ya sé yo que esto es muy eventual, que trabajas unos meses y luego nada, o que te ofrecen tres cosas a un tiempo y cuando te desesperas junto al teléfono nadie llama. Por eso procuro no despilfarrar", afirma Víctor, que insiste en hacer lo que desea con el tesón de los hombres hechos a sí mismos y de los obreros puntillosos: "Me gusta centrarme. Soy tan exigente en mi profesión como conmigo mismo".

Es muy expresivo y posee una voz potente, le dicen que ideal para el doblaje, pero eso no le basta. Además de ir a clases de interpretación quiere estudiar ortofonía. "Hay que perfeccionarse, esta profesión lo requiere todo". Le gusta viajar, extasiarse ante los paisajes y hacer fotos, pero le brillan los ojos cuando se trata de interpretar. Una vez metido en faena, hasta le molesta que llegue el día de libranza.

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Sobre la firma

Rosa Rivas
Periodista vinculada a EL PAÍS desde 1981. Premio Nacional de Gastronomía 2010. Licenciada en Ciencias de la Información por la Universidad Complutense. Master en Periodismo Audiovisual por Boston University gracias a una Beca Fulbright. Autora del libro 'Felicidad. Carme Ruscalleda'. Ha colaborado con RTVE, Canal +, CBS Boston y FoolMagazine.

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