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La democracia bipartidista de K. Popper

Ante la sorpresa general, el eminente filósofo de la ciencia Karl Popper defiende ahora el sistema electoral mayoritario y el bipartidismo como Ia mejor forma de la democracia" (Apuntes a la teoría de la democracia. Véase EL PAÍS del 8 de agosto). Merece la pena detenerse en su argumentación.En primer lugar, Popper alega que con bipartidismo es más fácil formar gobierno. Pero probablemente sería más preciso decir que lo único que realmente es más fácil cuando existen sólo dos partidos y uno de ellos gana las elecciones es decidir quién debe ser el encargado de formar Gobierno. La formación de éste no requiere entonces complicadas negociaciones y transacciones entre diferentes partidos para formar tina coalición mayoritaria, pero tales complicaciones se trasladan a las relaciones entre las distintas facciones que conviven en el interior de los partidos y a las relaciones del gobierno con los distintos grupos de intereses que han confluido en su apoyo electoral. Así, en el Reino Unido, precisamente la representación de distintos intereses locales por cada parlamentario y la menor disciplina de partido, que Popper elogia, facilitan el intercambio de favores entre los parlamentarios del partido mayoritario para decidir la formación de un gobierno y sus políticas. La aparente mayor facilidad para formar gobiernos en ese sistema bipartidista oculta, pues, negociaciones más secretas y centralizadas que los tratos públicos entre partidos en sistemas multipartidistas que requieren gobiernos de coalición.

En segundo lugar, Popper sostiene que en un sistema multipartidista es más difícil derrocar un gobierno porque un partido que pierde la mayoría puede formar coalición mayoritaria con otro partido. Pero es evidente que tal necesidad de coalición disminuye el peso en el gobierno de las políticas del partido que ha perdido la mayoría, aunque ciertamente partidos pequeños pueden obtener así una gran influencia. El caso es que en el mismo Reino Unido esto ha ocurrido a menudo, dado que el sistema mayoritario no ha impedido la existencia de un tercer partido, además de que grupos de intereses minoritarios pueden influir en gran medida en asuntos concretos en un partido con mayoría. Tampoco es exacto que, como alega Popper, una pérdida de un 5% o un 10% de votos -que con bipartidismo puede suponer salir del gobierno- no sea nunca interpretada como una sentencia adversa para un partido en pluripartidismo. En el caso de Italia, paradigma del puripartidismo extremo, pérdidas menores a las indicadas suelen suscitar grandes debates y crisis internas en los partidos, perfectamente comparables a los que tienen lugar en el Reino Unido cuando un partido pierde la mayoría.

Todo lo anterior no implica desacuerdo con otros aspectos fundamentales de la teoría de la democracia de Popper: su crítica al concepto falaz de soberanía popular, su lúcida visión de toda forma de gobierno como el poder de una minoría, sus comentarios sobre las tendencias oligárquicas de los partidos, y, como compendio de todo ello, la afirmación de que nuestras democracias no son gobiernos del pueblo, sino "gobiernos de los dirigentes de los partido".

Precisamente es a partir de tales consideraciones, y no desde el mito de la soberanía del pueblo, como puede defenderse el pluripartidismo. De hecho, los principales teóricos de la soberanía infalible -Rousseau y los jacobinos- recelaban fuertemente de los partidos, a los que veían como representantes de perversos intereses minoritarios opuestos al supremo interés general. Por el contrario, quienes no aceptan ninguna definición de un interés colectivo que prescinda de los intereses de los miembros que componen la sociedad deben ser lógicamente favorables al pluralismo político, y el más amplio abanico de opciones, a la variedad de canales para unas relaciones fluidas y asidudas entre gobernantes y gobernados, a los controles y contrapesos de toda concentración abusiva de poder, como la que alcanza siempre un partido con mayoría absoluta.

Lo que parece haber llevado a Popper de su realista visión de la democracia a su sorprendente defensa del bipartidismo es una infundada analogía del proceso político con la lógica de la investigación científica.

En efecto, hay un llamativo paralelismo entre la falsabilidad o refutabilidad que Popper exige a cualquier postulado para atribuirle la condición de científico y la destituibilidad con que define la condición democrática de un gobierno. No es mala, ni mucho menos, su definición de la democracia como la forma de gobierno "en la que es posible destituir al gobierno sin derramamiento de sangre por medio de una votación" (que ya había avanzado en 1971 en su confrontación con Marcuse). Pero ella no obliga necesariamente a mitificar el día de las elecciones como "el día del tribunal popular, el día en el que el pueblo enjuicia al gobierno", y olvidarse del proceso político que se desarrolla en los demás días entre elección y elección. Popper ve en el sistema bipartidista la posibilidad de una clara alternancia entre el partido en el gobierno y el partido en la oposición, y no tiene en cuenta otras posibilidades de control e influencia de los gobernados sobre los gobernantes que ofrece el pluripartidismo. En su pensamiento, la destitución o confirmación electoral de un gobierno viene a ser en la política algo así como la prueba decisiva de la contrastación empírica de un postulado en la ciencia: de ella depende su refutación o el mantenimiento provisional de su validez hasta tina próxima contrastación.

Bien parece, pues, que para el cientificismo de Popper, los criterios de acción en política puedan encontrar su modelo en las reglas de juego de la investigación científica. Ya en La sociedad abierta y sus enemigos habla Popper del carácter público del método científico, de modo que para él la democracia se fundamenta en la extensión de la posibilidad de discusión libre y, racional y de refutación de los postulados vigentes, propia de científicos, al conjunto de los ciudadanos. Las reglas de conducta de la comunidad científica se convierten de este modo en pautas de conducta para la comunidad política y ésta debe tender a comportarse como aquélla. La obra política de Popper echa por la puerta grande la idea de que los científicos puedan ser una clase gobernante directa (al modo del filósofo rey de Platón y el intelectual-revolucionario de Marx). Pero, de rondón y por la puerta trasera, no deja de presentarnos su conducta como un modelo para gobernar.

es profesor de Ciencias Políticas en la universidad Autónoma de Barcelona y autor del libro Cataluña como cuestión de Estado.

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