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Tribuna:LA SITUACIÓN DEMOGRÁFICA EN ESPAÑA
Tribuna
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Pero ¿cuántos somos?

Durante los últimos años se han trastocado con tal celeridad las pautas de natalidad, nupcialidad, urbanización, migraciones interiores y exteriores de la población española, que los resultados del padrón municipal de habitantes de 1986 se esperaban con expectación. Pues bien, el Instituto Nacional de Estadística (INE) acaba de publicar las cifras oficiales de las provincias, comunidades autónomas y total nacional, resultantes de la renovación padronal (Real Decreto 890/ 1987 de 3 de julio, Boletín Oficial del Estado de 8 de julio). Estos primeros datos cifran en poco más de 38,4 millones la población total española a 1 de abril de 1986, fecha de referencia de la mencionada renovación padronal (ver cuadro l); es decir, que en ese momento dicho total se sitúa en torno a 38,6 millones.Un resultado sorprendente, pues, en la trayectoria de la población española desde mediados del presente siglo, implica que su ritmo de crecimiento anual se ha reducido desde el 10 por 1.000 en los 20 años anteriores, a poco más del 4 por 1.000 en los cinco últimos años. ¿Una reducción tan drástica se explica sólo por el acentuado descenso en curso de la natalidad? Si a los resultados del censo de 1981 y del padrón de 1986 unimos los datos de nacimientos y defunciones del Movimiento Natural de la Población (MNP), se llega a una conclusión: en el período 1981-1986 ha habido una emigración neta al extranjero de unas 200,000 personas, frente a 263.000 inmigrantes entre 1976 y 1981.

Un cambio tan espectacular suscita dudas. Si bien los datos del MNP son provisionales desde 1982 y sólo llegan hasta los primeros meses de 1985, su evolución regular permite afirmar que el crecimiento natural de la población en el quinquenio apenas alcanzará el millón de personas; mucho más frágil y fragmentaria resulta la información disponible sobre las migraciones exteriores. No parece aceptable que haya habido un saldo emigratorio de tal tamaño. Ni las condiciones económicas ni los datos parciales dan pie a ello; por tanto, o bien el censo de 1981 estaba hinchado o el padrón de 1986 subestima la población. Es mucho más probable lo segundo, pero sólo un estudio exhaustivo y los trabajos de control de calidad del padrón que se han realizado en alguna comunidad explicarán las aparentes incoherencias; de todas formas, no sería de extrañar una subestimación cercana al 1% en el padrón.

Más allá de esta perplejidad, los resultados del padrón conjugados con los del MNP en el contexto de la evolución demográfica de las diferentes regiones españolas apartan una información enjundiosa. En el cuadro 2 se han sometido a una primera elaboración calculando las tasas de crecimiento global, vegetativo y migratorio por autonomías.

El descenso de la natalidad que se inició en 1964 con cadencia suave hasta 1976 se acentuó desde el año siguiente hasta el momento actual; ello se ha traducido en una reducción a la mitad de la tasa anual de crecimiento natural de la población española, entre la primera mitad de los años setenta y la primera mitad de los ochenta, con un nivel final ligeramente por encima del 5 por 1.000 en el último quinquenio. Ello, sin embargo, no permite responder a la pregunta más significativa, a saber, si el descenso de la fecundidad habría tocado fondo durante el período 19811986 en torno a 1,6 hijos por mujer, según el valor estimado para 1985 o proseguirá su caída todavía en la segunda mitad de esta década hasta un suelo próximo a 1,5 hijos por mujer. (*).

La dinámica demográfica de la población española en el primer quinquenio de los setenta, con sus altas tasas de crecimiento natural y elevadísima movilidad geográfica, prolonga las pautas de evolución vigentes desde mediados de los años cincuenta. Respecto a los contrastes regionales de crecimiento natural, determinados por los niveles de fecundidad y nupcialidad, así como por las diferencias en las pirámides de edad de unas regiones a otras, son de destacar en ese período las altas pautas de fecundidad de las comunidades autónomas de Canarias, Andalucía, Murcia y Valencia, en la mitad sur del territorio, así como el crecimiento vegetativo de las comunidades autónomas de Madrid, País Vasco y Cataluña por el efecto de la afluencia a sus territorios de emigrantes jóvenes en la década anterior. Los más bajos niveles de crecimiento vegetativo correspondían a las comunidades más afectadas por la emigración (ver cuadro 2).

Movimientos migratorios

Los movimientos migratorios interiores correspondían en la primera mitad de los setenta al modelo espacial de la década anterior, dentro del cual se singularizan como polos de atracción una minoría de comunidades. autónomas o provincias con tasas de inmigración neta elevadas (Madrid, Cataluña, Comunidad Valenciana y País Vasco, además de las insulares), frente a la gran mayoría de comunidades autónomas o provincias que, abarcando el resto del territorio peninsular, registraban tasas de migración negativas. Este esquema polar alcanzó su punto más álgido durante los años setenta, probablemente la década de más alta movilidad en este siglo.

Al pasar de la primera a la segunda mitad de los setenta sólo flexiona sensiblemente el crecimiento natural de la población por la caída de la natalidad en algunas comunidades autónomas con niveles de partida elevados (Canarias, Cataluña, Madrid y País Vasco); en las restantes, las variaciones son de menor entidad. Respecto a las migraciones, las tasas se reducen a la mitad o invierten su signo, tanto en las zonas de inmigración (aparte el caso de Baleares y la Comunidad Valenciana) como en las de emigración. La incidencia de la crisis económica sobre la movilidad de la población, a través de los mercados de trabajo, es manifiesta.

Sin embargo, recientes investigaciones a partir de los resultados de los dos últimos censos ponen de manifiesto que la reducción del fenómeno migratorio se ha producido por gradientes o escalones. La flexión más importante de las tasas anuales de migración neta se produjo entre la década de los sesenta y la primera mitad de los setenta, siendo de menor magnitud la ocurrida entre los dos quinquenios de esta última. Por tanto, otras mediaciones han sido determinantes respecto al reflujo de los movimientos migratorios.

Al pasar a los años ochenta se prolonga y acentúa la ruptura de tendencias de la década anterior respecto al hecho migratorio, aunque las cifras haya que utilizarlas con cautela. El juego de las migraciones interiores se ha trastocado tanto respecto al modelo espacial de los sesenta, que las zonas clásicas de inmigración (Madrid, Cataluña y País Vasco) registran ahora saldo negativo mientras que las zonas otrora de emigración experimentan, unas, saldos positivos, y otras, negativos de pequeña magnitud.

No menos espectacular resulta la reducción del crecimiento natural, al repercutir la caída de la natalidad sobre el conjunto del período. En el total nacional hay una caída en el crecimiento natural de 4 puntos por 1.000 pasando del 9,2 al 5,2; sin embargo, caídas mayores se observan en Canarias, Cantabria, Cataluña, Comunidad Valenciana, Madrid, Murcia y País Vasco. Sólo cinco comunidades tienen en el último quinquenio saldo migratorio positivo: Andalucía, Baleares, Canarias, Murcia y La Rioja.

Se está, pues, ante un cambio profundo y sorprendente. Todo ello hace que en cuatro comunidades la población haya descendido: Aragón, Asturias, Castilla Y León y País Vasco. Se constata, por lo dicho, no sólo una demografía más pausada, sino que, independientemente del padrón, aparecen por vez primera en los últimos años (o, con más precisión, desaparecen) tensiones migratorias que van a influir en la panorámica regional y en la política social y territorial.

La lenta actuación de la demografía, el roedor la llamó A. Sauvy, no debe hacer olvidar lo inexorable de su influencia. Sin damos cuenta, estamos asistiendo, probablemente, a cambios de un calado social insospechado.

Isabel Agüero es estadística facultativa, Joaquín Leguina es doctor en Demografía y Alberto Olano es economista experto en demografía. * Ver Tendencias demográficas y planificación económica. D. G. Previsión y Coyuntura. Ministerio de Economía y Hacienda. Madrid, 1987.

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