North
Cuando veo al teniente coronel Oliver North levantar la mano derecha, sacar ese pecho repleto de medallas trabajadas en el Vietnam, dirigir su mirada hacia Dios y las cámaras de televisión (aunque acaso sean dos versiones de lo mismo) y emitir el juramento como si fuera un centurión romano de la Metro Goldwing Mayer estoy seguro de que el tipo miente. Alguien dispuesto a decir la verdad no le echa tanta épica peliculera a sus gestos y palabras. Lo que delata a este militar es la muy infantil, barata y aparatosa manera que tiene de representar en la Cámara y ante las cámaras el honor, el patriotismo, la disciplina, la fidelidad, la moral y otras mayúsculas estremecedoras.Hay dos maneras de cazar al mentiroso: cuando se pone colorado, vacila, traga saliva, titubea y evita mirar directamente a los ojos, y cuando en ningún momento del interrogatorio se pone colorado, vacila, traga saliva, titubea y baja la mirada. North, claro, pertenece a la segunda categoría. Pero es una interpretación tan exageradamente geométrica de las figuras tópicas de la verdad, hasta cuando explica la compra de unos leotardos, que aquello no puede ser verdad. Las suyas son mentiras de Estado, de un sujeto convencido de que el fin justifica los medios, trolas de sargento de Hollywood dispuesto a morir por el jefe. Basta echar un vistazo a las imágenes para descubrir en este teniente coronel esa fanática mirada de la obediencia ciega que te pone la carne de gallina.
El caso de North es la versión posmodema de la célebre paradoja del mentiroso, también llamada de Epiménides, o de el cretense, con la que los filósofos ocuparon las tardes de ocio desde el principio de nuestra civilización. North no pronuncia explícitamente la palabra "miento", pero representa con tanta perfección y cinismo las más groseras figuras retóricas de la verdad que cuando alza la mano ante Dios y la televisión es como si jurara por sus muertos que va a mentir. O sea, que cuando luego miente en el interrogatorio está diciendo la verdad.
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