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La actualidad palpitante

La palpitante actualidad es, desde siglos, excelente remedio para soportar la realidad. Lo más molesto de la realidad suele ser su capacidad de abstracción, su potencia. de encubrimiento o de invisibilidad. Cuando un ciudadano percibe que algo está ocurriendo fuera de lo que pasa, esa opresión que la ignorancia ejerce sobre las vísceras del ciudadano resultará, más tarde o más temprano, que era la realidad. El conocimiento de la realidad es un adorno a toro pasado, por decirlo de forma congruente con esa actualidad de la España taurina que palpitará hasta la vendimia.Evidentemente, una actualidad que no sea palpitante no sirve para nada. Tampoco remedia la opresiva sospecha de la realidad esa clase de actualidad que sigue palpitando durante más tiempo del debido. La primavera madrileña puede citarse como fenómeno ejemplar de actualidad palpitante gracias a que en Madrid la primavera dura, un año con otro, no más de 12 días. De aquí que no parezca sensato afirmar que la convocatoria a las urnas fatiga a la ciudadanía, siendo precisamente los períodos electorales un prototipo de actualidad palpitante, incluso (si el período electoral coincide con el pago de la contribución) hasta de rabiosa actualidad.

Otra cosa es que el período electoral deje sordos a los ciudadanos y que sea necesario un día de silencio, no para reflexionar lo que ya se tiene decidido, sino para apaciguar los tímpanos. La actualidad, por su propia naturaleza, tiende al ruido. Quizá los oídos jóvenes, habituados a la música estridente, resultarán los menos afectados de la triple oferta electoral que nos ocupa. Sin duda alguna, la Real Academia Española es, por oficio, la principal beneficiarla de la estrepitosa locuacidad de los candidatos.

Mientras, la actualidad actúa y desde hace meses la llamada conflictividad laboral va perdiendo actualidad y amenaza con convertirse en realidad. Hay demasiados españoles en paro y demasiados españoles con miedo a perder su trabajo para sospechar razonablemente que algo está pasando, algo opresor que desconocemos aún. Cada mañana también nos llega, desde Lyón el eco de una de las ignominias históricas que impiden levantar la cabeza; una realidad, insoslayable y difícil de comprender todavía, que humilla la condición humana.

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Sin embargo, los ecos y los presagios de la realidad se acallan. Sólo con lo nuestro actualmente disponemos de actualidad para dar y tomar. Apenas durante una semana nos ha distraído el silente vuelo de ese moscardón que ha aterrizado en pleno cogollo de la patria de Rimski-Korsakov. Menos charla aún se le ha dedicado a la posibilidad de entrar en batalla naval en el golfo Pérsico.

¿Cómo podía ser de otra manera habiendo tanta materia de sabroso comentario por todo el país? Alguien llama aragoneses a los riojanos, alguien descubre el genuino ombligo de Europa, alguien, que para algo es obispo, incita a los señores candidatos (y se supone que a las señoras candidatas) a confesar en público cuántas veces y con quién, alguien logra durante dos minutos no decir yo diría. ¿Qué más se puede pedir a nivel de apasionante?

Sin llegar a don Emilio Castelar, algunos candidatos usan de la oratoria con mesura, lo que es de temer que no favorezca su candidatura. A todos (a casi todos) se les suponen las mejores intenciones respecto al municipio, la comunidad y el Parlamento Europeo. Pero a los electores, fundamentalmente, nos interesa que hablen, que no dejen de hablar.

Por muy alejado que uno se sienta de la Real Academia Española es imposible no fascinarse con el desaforado uso de la lengua que el electoralismo parece exigir. En pleno dominio del puro significante, el habla electoral hace buena la conjetura de que el significado constituye la zona fabuladora de la palabra. La oratoria electoral hace inútil la semántica. Por si no fuera suficiente, las actitudes anglosajonas y los prontos indígenas prestan al discurso un deslumbrante contexto.

Hay quien habla tanto para hacerse olvidar a sí mismo cuánto calló cuando debía haber hablado. Alguno grita en el mitin lo que no es verdad, porque sabe que en el mitin siempre habrá alguien que entenderá lo que necesita oír, que nunca es lo que le conviene. Que el locuaz se transforme en lenguaraz no causa asombro. Asombroso es algún maestro en el arte de no dejar hablar a los demás, al que basta tener un micrófono delante para que a fuerza de tanto y tan disperso palabrerío acabe por no dejarse hablar a sí mismo. Dejan seco el paladar de sus oyentes, pero, a veces, su parloteo ni siquiera nos deja verlos. La metáfora audaz culmina en el despropósito y, enzarzándose en una logomaquia encaminada a la justificación de la inconsecuencia, se instaura el verboso verbalismo de la verborrea.

Benditas sean y para siempre estas enfermedades infantiles de la democracia. En los tiempos de silencio, el silencio, que ahora refresca y apacigua, aniquilaba. La palpitante actualidad, arrítmica e hipertensa, quizá valga como una mítica radiografía del corazón de nuestra sociedad. Pero, con todo, cuando los latidos machacan la cabeza, es lícito añorar los topetazos de la realidad. Y pedir a quienes nos hablan y embriagan y prometen que valoren la auténtica medida de su poder.

Un día las palabras de hoy dejarán de ser actualidad y serán olvidadas. La realidad un día desvelará el misterio que hoy es. Para entonces quizá alguien oiga los ecos perdidos y recuerde. Ese probable ciudadano, si ha leído a Camus, puede decir: "Yo los despreciaba, porque pudiendo tanto se atreviesen a tan poco". Pero quizá fuese más desolador que el ciudadano se preguntara: ¿no es más despreciable que se atreviesen a tanto pudiendo tan poco? únicamente el tiempo, ese corrosivo de la realidad, tiene la respuesta.

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