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Ligachov: El intelectual goza hoy de gran autoridad en la URRS

El académico soviético obtiene con Gorbachov el reconocimiento que se le había negado hasta ahora

Pregunta. ¿Tiene usted la impresión de que actualmente se asiste en la URSS a un cambio importante? En tal caso, ¿cuál es su naturaleza, cuál su alcance y qué cuestiones capitales aborda?Respuesta. Los cambios ya producidos -y resulta evidente que se producirán aún más todavía- son irreversibles. Ésta es la gran diferencia existente respecto del deshielo jruchoviano. Las ideas que se han lanzado y las decisiones que se han adoptado en nuestra vida económica no pueden ya regresar a las sombras. De igual modo, la posibilidad de criticar a los personajes encumbrados cuando se equivocan ya no puede desaparecer. La crítica puede ser atenuada -ignoro de qué manera-; no obstante, se trata de un fenómeno de enorme imp6rtancia, de una transformación de la consciencia.

P. Usted pasó cerca de cinco años en la prisión de Solovki. ¿Acaso y considerando los cambios que han tenido lugar, cree usted totalmente olvidada una experiencia semejante?

R. Estuve en Solovki cuatro años y medio exactamente; tres años en las islas propiamente dichas y un año y medio en los talleres de construcción, del canal del mar Blanco. Fui detenido en 1928, cuando Stalin, en su marcha hacia el poder, se creía amenazado, entre otros, por los círculos estudiantiles, que por ese entonces sufrieron una represión muy dura. En esa época yo era ya académico. Formaba parte de un grupo que se llamaba Academia Cósmica.... Mi primer trabajo científico fue, sin embargo, publicado en Solovki, en un periódico que el campo de concentración debía publicar para ser bien visto por las autoridades. Se trataba de un estudio sobre los procedimientos -deshonestos, aunque tolerados- empleados en los juegos de cartas por los truhanes. No hice mención de ella en la relación de mis trabajos; de todas formas, mi primera obra oficialmente mencionada estaba, también ella, dedicada a los truhanes y a su germanía. Me resulta verdaderamente penoso ver cómo se destaca ese episodio de mi vida, puesto que nunca experimenté resentimiento alguno por ello ni albergué el sentimiento de una ofensa personal. Jamás oculté mi cautiverio, y ello me da una cierta autoridad, ya que prueba que jamás busqué..., cómo lo diríamos..., pactar; eso es. Allí conocí personas notables, extremadamente cultivadas, y puedo afirmar que ésa fue mi segunda universidad.

P. Usted es un sabio que desde hace tiempo investiga en la antigua literatura rusa, en la anterior al siglo XVIII, y he aquí que de repente se ve proyectado a un primer plano de la escena por la televisión y que las más altas instancias del Estado soviético solicitan su opinión a pesar de no ser miembro del partido...

R. Digamos primeramente que lo que ha jugado un gran papel en esto es que siempre he defendido el patrimonio Cultural contra ciertos urbanistas y determinadas autoridades locales y que nunca cambié de opinión en función de las circunstancias. Durante los años treinta rechacé todo trabajo científico de carácter oficial, y trabajé como corrector de imprenta para no tener así que participar en las campañas contra mis camaradas. Hace unos años ya había intervenido en televisión, pero fue luego de la llegada al poder de Gorbachov cuando fui invitado -en el otoño de 1985- a un gran programa cara al público organizado por los estudios de Moscú. Durante tres horas estuve respondiendo preguntas. Comencé por criticar a la Academia de Ciencias y a su presidente -lo que no se había hecho nunca-, diciéndome que si alguna cosa de las que decía no llegaba a gustar siempre se podría suprimirla, ya que la emisión no era en directo. Sin embargo, incluso las críticas más duras fueron conservadas, y como dicho programa se emitió a una hora de gran audiencia -inmediatamente después del informativo-, de un día para otro me volví célebre.

Un polémico programa

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P. ¿Cuáles fueron las cuestiones abordadas durante ese programa televisivo?

R. La desviación del curso de los ríos proyectada para el norte del país; la protección del patrimonio cultural y nuestra manera de tratar esos asuntos, absolutamente antidemocrática, sin contar para nada con la opinión pública. No recuerdo ahora todo, pero sus repercusiones aún no han cesado y todavía recibo cartas al respecto.

P. ¿Podría decirnos cómo conjuga usted la necesidad de preservación de lo que puede llamarse la identidad cultural rusa con su concepción de patriotismo, opuesta al nacionalismo?

R. Distinguiendo entre patriotismo y nacionalismo; creo haber hallado una fórmula que, si bien no es estrictamente lógica, es emocionalmente aceptable para un gran número de personas. Para mí, el patriotismo es el amor a nuestro país y el nacionalismo es el odio a los demás pueblos.

P. Usted sostiene que Rusia pertenece a Europa, mientras que otros afirman que no, que se trata de una cultura vinculada a Asia por los escitas, los mongoles, etcétera.

R. La cultura rusa es grande precisamente por sus vínculos con un gran número de otras culturas. Es una inmensa llanura casi sin barreras naturales. Los pueblos ugrofineses, al Norte, le han aportado mucho, ciertamente mucho más que los tártaros.

P. Pero usted sostiene que la cultura rusa, esencialmente, proviene de Bizancio.

R. Sí. De Bizancio directamente y también por intermediación de Bulgaria.

P. Usted es un éxito de ventas y, por otra parte, un xenófobo.

R. La xenofobia es típica de la semiinteligencia, la cual, por lo demás, supone el principal peligro en nuestro mundo actual, y no sólo en la URSS. Durante ese programa de televisión al que me he referido anteriormente me opuse contra el nacionalismo, y considero que en la actualidad es mi principal tarea.

P. En la literatura rusa Pikoul no es el único escritor xenófobo. Recientemente se ha destacado Víctor Astafiev, quien, a pesar de ello, recibió dos veces un premio estatal y es secretario de la Unión de Escritores de la República Rusa. Sin embargo, se permite escribir horrores sobre la "fisonomía mongólica" en un país que cuenta con 50 millones de ellas... ¿Adónde conduce esto?

R. Al buen camino, pues todas las posturas deben expresarse, nada debe permanecer oculto. Esto es la transparencia.

P. Pero tales ideas son peligrosas.

R. Efectivamente, son muy peligrosas, pero al optar por el camino de la transparencia, de la democracia, no hemos escogido la facilidad.

P. También está el problema del antisemitismo. ¿Cómo es posible que se haya dejado asumir tamaña importancia, tanto interior como exterior, al problema de los judíos soviéticos?

R. No estoy en posición de responder cabalmente a esta pregunta, pero en ningún caso se trata de algo que se haya dejado hacer ni tampoco de algo para lo que se hayan impartido directrices desde arriba. El antisemitismo apareció, sobre todo, en el seno de esta semiinteligencia de la que hemos hablado hace unos momentos. Entre el pueblo, es decir, entre la verdadera inteligencia, eso no se plantea.

Renacer del antisemitismo

P. Pero este renacer del antisemitismo, ¿no es acaso la consecuencia de la política del partido en los tiempos de Stalin y de su campaña contra el cosmopolitismo?

R. Es probable; sin embargo, hoy día el hecho de haber participado en las campañas antisemitas de los años 1949-1951 es considerado como una falta muy grave.

P. Un occidental que viaja a la URSS se sorprende ante la importancia de la literatura en la vida colectiva y, al mismo tiempo, ante el hecho de que la inteligencia parece más aislada que en Occidente. ¿Acaso una de las dificultades en la transformación de las actitudes psicológicas no será precisamente dicho distanciamiento entre los intelectuales y la gran masa del pueblo?

R. Creo que no existe una verdadera ruptura entre el pueblo y la inteligencia, aunque en el siglo XIX los intelectuales hayan intentado persuadirse de tal ruptura y convencer al pueblo de que ellos eran la verdadera fuerza y que resultaba necesario tomar lecciones de los mismos. Fue un profundo error que muchos cometieron, entre otros León Tolstoi. El resultado de esto fue que hasta hace todavía 30 años se podía oír la palabra intelectual pronuncia a como una injuria. Este no es el caso actualmente, y la enorme tirada del semanario Ogoniok en su nueva modalidad y las gruesas revistas literarias ponen de manifiesto que la inteligencia goza hoy de una gran autoridad.

P. Usted mismo contribuyó a revalorizar esta imagen del intelectual al evidenciar que si él duda, que si está indeciso, es precisamente porque es consciente de sus responsabilidades.

R. El enorme papel jugado por la literatura en la vida de la sociedad es uno de los rasgos originales de la cultura rusa. Y esto es verdad desde los más remotos tiempos. Hoy, la literatura, en la que participan representantes de diversas nacionalidades, permanece como un elemento de cohesión en la cultura rusa. Además están los escritores, que actualmente reintegran el patrimonio nacional. Es por esto que le concede tamaño lugar a la resurrección de toda la cultura rusa de los años veinte. En el congreso de escritores sugerí la necesidad devolver a publicar a Zotcheko y escribí un artículo en Literaturnaya Gazeta (Gaceta Literaria) donde decía que hacía falta publicar el Doctor Zhivago. Chaikovski, el redactor jefe, me preguntó si no se podía suprimir eso, a lo que respondí que no me sentiría vejado en absoluto si se suprimía el artículo en su totalidad, pero que respecto a esa frase estaba personal y absolutamente empeñado en su publicación.

P. Parece que con la era gorbachoviana la literatura haya adquirido, además de todas sus otras funciones, la de una liberación política.

R. Sí, pero no se trata de algo que se haga por mandato. Es el natural resultado de la democratización, una manifestación de la transparencia.

Le Nouvel Observaleur. Traducido por Alberto Vieyra.

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