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RELIGIÓN

Homenaje en la Embajada ante el Vaticano al arzobispo Maximino Romero de Lema

Juan Arias

Es difícil que en la oficialidad de una embajada pueda darse un acto entrañable. Había sido una excepción una cena con el entonces presidente de la República Sandro Pertini en la residencia del embajador de España, Jorge de Esteban, y lo ha sido el martes la comida despedida que en el palacio de España del embajador ante la Santa Sede, Gonzalo Puente Ojea, ofreció al arzobispo español Maximino Romero de Lema, para los amigos, desde siempre, "don Maximino".Alrededor de la mesa de gala de la embajada de la plaza de España el diplomático había dado cita a la crema de la presencia eclesiástica española en Roma: 30 entre prelados y religiosos. Y como excepción en estos encuentros de sotanas, también estuvo presente el embajador español ante el Quirinal. "Porque don Maximino se lo merece", comentó Jorge de Esteban a EL PAÍS.

Entre los invitados faltó sólo el prelado del Opus Dei, Álvaro del Portillo, cosa que no extrañó demasiado a don Maximino, hijo espiritual del difunto cardenal Benelli, a su vez también hijo espiritual de Pablo VI, los tres criaturas del concilio Vaticano II y no demasiado tiernos ninguno de eflos con la ideología del Opus Dei.

Y fue quizá esa falta de ternura intelectual de don Maximino hacia el Opus Dei o su excesiva fe en el optimismo cristiano del concilio del papa Juan lo que le cerró, injustamente, las puertas al cardenalato a pesar de haber sido una de las figuras de mayor relieve intelectual, humano y eelesiástico de la difícil coyuntura religiosa española, a caballo entre la dictadura franquista y el lento y difícil resurgir de la democracia.

Durante el brindis en su honor, el embajador Puente, que tuvo palabras de emocionado y sentido elogio hacia don Maximino, subrayó, en efecto, que el arzobispo gallego que se había parado, jubilado por voluntad del papa Wojtyla, en secretario de congregación, sin haber sido nunca ascendido a prefecto, "representó y encarnó", dijo el embajador, "durante un largo trayecto de aquellos años duros de la dictadura política e ideológica que padecimos los españoles de mi generación lo mejor del alma innovadora de una Iglesia que quería vivir con su siglo". Y añadió el embajador agnóstico que gracias a sacerdotes como don Maximino el destino de largos sectores del catolicismo español "tomó un derrotero afortunado y diferente del que hubiera alcanzado sin su esfuerzo".

Sanar a los afligidos

Don Maximino, que al responder al brindis quiso antes de nada agradecer las premuras de los empleados de la embajada que durante tantos años lo habían, dijo, recibido siempre con cariño, citó el verso de Machado "Yo he querido ser sólo, entre vosotros, alma".Recordó que su lema episcopal lo había tomado del profeta Isaías, y que reza así: "Sanar a los afligidos de corazón", que en realidad es lo contrario a la intransigencia, al dogmatismo, al fariseísmo, hierbas que nunca consiguieron brotar en el jardín del evangélico don Maximino.

Como siempre en la, sombra, por vocación primero y por ingratitud de los otros también, don Maximino quiso quitar importancia a quien le susurraba al oído: "Nosotros le hemos hecho ya cardenal en el consistorio de nuestro aprecio", y citó a su amado Isaías, el profeta de los últimos, donde dice: "Imaginamos formar un ánfora y resultó una triste tacita". Y añadió: "Basta que sirva para tomar un buen café entre los amigos".

Y entre dichos amigos, tras haber levantado su copa en honor de los Reyes de España, puso en primera fila al embajador Puente Ojea sin temor a contaminarse de impureza farisaica.

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