Islámicos en Egipto
LAS ELECCIONES que se han celebrado en Egipto tienen trascendencia internacional, porque la estabilidad del país árabe más poderoso es esencial para cualquier proyecto de paz en esa conflictiva región del mundo. Mediante un referéndum celebrado en febrero pasado, el presidente, Hosni Mubarak, anticipó las elecciones. Dos razones le movieron a ello: dar la máxima legitimidad democrática al Parlamento, que con toda seguridad le elegirá para un segundo mandato en octubre próximo, y, a la vez, preparar las condiciones para poder contar con un apoyo parlamentario eficaz en la etapa difícil que se anuncia, condicionada por una política económica de mayor austeridad.En la contienda electoral, los programas económicos han desempeñado un papel escaso; y el desafío del islamismo ha sido el rasgo más característico. Incluso los partidarios de un Estado laico, con pocas excepciones, se han presentado como defensores del auténtico islam. Esta presión, más allá de su incidencia electoral, refleja el retroceso histórico del laicismo y de la tolerancia que han distinguido durante mucho tiempo a Egipto como una excepción entre los países árabes. Otra causa del ascenso del integrismo islámico es el fracaso total de las esperanzas despertadas por Nasser de una patria árabe unida y de un Estado capaz de realizar gigantescas transformaciones económicas y artífice de la igualdad social. Después, la occidentalización de la etapa de Sadat, proseguida con más moderación por Mubarak, no ha dado resultados económicos apreciables para grandes masas de la población, condenadas a condiciones de miseria y desesperación.
Los Hermanos Musulmanes, a pesar de no ser legales, han salido cada vez más a la superficie. En esta campaña electoral, asociados en la Coalición Islámica a dos pequeños partidos, han hecho una campaña pública tolerada por las autoridades. Han propagado con éxito soluciones que sorprenden por su simplismo mesiánico y su brutalidad arcaica: la salvación está en la sharia, la ley islámica, que hace falta aplicar en todos los aspectos de la vida: prohibición de alcohol, de bailes, de clases mixtas, 70 latigazos para los adúlteros, etcétera. Una economía islámica con bancos que no cobren intereses, un sector público reforzado, y expulsando a extranjeros y sionistas. Su influencia real es probablemente menor de la impresión que crean con un activismo incansable. Pero han obtenido en torno al 15% de los votos y se han convertido en el principal partido de oposición, desplazando al Nuevo Wafd, partido tradicional de la burguesía, laico y conservador, que quedará probablemente fuera del Parlamento.
El triunfo del Partido Nacional Democrático, el partido del presidente Mubarak, no ofrecía dudas. El control del aparato administrativo, las múltiples formas de presión que determinan en gran parte los resultados, están en manos del Gobierno. Las irregularidades son costumbre en las elecciones egipcias. Pero las de 1984, y las últimas, pese a sus deficiencias, marcan un progreso con respecto al pasado.
El acuerdo con el Fondo Monetario Internacional ha sido aplazado hasta después de la consulta. Su aplicación, con subidas de precios de productos de consumo, dañará y causará descontento en extensos sectores sociales. Y surge el interrogante de si el integrismo islámico podrá utilizar esa coyuntura para fomentar, como ha hecho en anteriores ocasiones, situaciones violentas. Con su política de más tolerancia y menos represión ante el empuje islámico, Mubarak ha querido disminuir ese riesgo. La presencia de los Hermanos Musulmanes en el Parlamento significa que una fuerza antes fuera de la ley se integra en el juego político. El futuro dirá si ello reduce su tendencia al mesianismo y la violencia.
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