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Tribuna
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La vaca

Me hubiera gustado estar dentro del cerebro del esforzado guardia que se lio a porrazos con la vaca Marcelina. Sería primaria y grosera explicación que el funcionario agrediera al cuadrúpedo por acto reflejo derivado de que Marcelina se parece demasiado a Marcelino, aunque a buen seguro que en el subconsciente colectivo de las fuerzas de orden sigue sonando a toque de rebato el nombre de Marcelino. Improbable que el guardia supiera que la vaca se llamara Marcelina por propia confesión del animal a requerimiento de que se identificara, aunque es posible que su propietario la encimara revelando su nombre de pila: "¡Arróllalos, Marcelina!'.

Hasta aquí la explicación más ideológica. Pero cabe un análisis sociológico del episodio, basándonos en la evidencia de que las fuerzas de orden suelen proceder de zonas agrícolas, cuanto más agrícolas y ganaderas mejor, y conservan en su primera memoria el terror a un destino de campesinos y pastores del que huyen por todos los caminos que llevan a las academias de policía.

Imagínense ustedes a un fugitivo del pastoreo que de pronto comprueba cómo las vacas le persiguen hasta las ciudades, a manera de pesadilla de delirium tremens, y que además esas vacas provocan desórdenes públicos y emiten mugidos subversivos. Al más templado se le cruzan los cables ante una contumacia persecutoria tan manifiesta.

Cabe también la posibilidad de que la vaca fuera atacada a porrazos por una sublimación del impulso erótico ante tanta carne desnuda y retozona, esos cuerpos libres en la ciudad libre. No somos de hielo, y ante 300 o 400 kilos de carne hembra, que tire la primera piedra el varón dotado capaz de contenerse ante la provocación y no tuviera la tentación de blandir sus atributos. En este caso ortopédicos, porque de ortopedia fálica se podría hablar cuando tratamos de encontrar la referencia simbólica de la verga, sea bajo el reinado de Barrionuevo, sea bajo el reinado de Perico de los Palotes.

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