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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Las preguntas permanecen

No se puede ver sin tristeza el programa España en guerra, o al menos los dos capítulos de antecedentes ya emitidos. La tristeza es actual: ver los grandes temas recurrentes de nuestro país en las imágenes borrosas del pasado.

Los jornaleros de Andalucía y Extremadura, los problemas de la enseñanza, el paro obrero, la tirantez militar, la pugna de los nacionalismos, las diversas formas del terrorismo, la concentración clerical contra las modernizaciones...

Nadie creerá que esta España de hoy es aquélla, pero sí se ve que los que se han llamado problemas seculares están solamente atenuados, siempre en espera de solución.

Hay otra tristeza retrospectiva, ucrónica: la del tiempo perdido. La de lo que hubiera podido ser este país si las soluciones entrevistas, apuntadas, defendidas a veces hasta la muerte, hubieran salido adelante.

Lo cual crea a su vez una desconfianza, una susceptibilidad: ¿seguirá ese mismo destino pesando sobre nosotros? ¿Estaremos condenados al tercermundismo por esa especie de cáncer histórico que aparecería si los capítulos hubieran tomado un punto de partida anterior?

Si esta gran persistencia de la angustia histórica es visible en los programas, quedan en cambio dudas sobre suobjetividad anecdótica, sobre su profesionaldad que defienden los 10 historiadores conglomerados.

No por ellos en sí, sino por la inquietud de si una neutralidad es realmente posible y por si quienes no han vivido los acontecimientos -la inmensa mayoría de la población española, los que ahora toman contacto con todo sólo por la televisión- quedan suficientemente informados.

Es aleccionador seguir el debate que se abre en Radiocadena a continuación del programa. La presentadora insiste con demasiada fuerza en que quienes se ponen en comunicación se limiten a hacer preguntas a los historiadores delegados para responder.

Angustia viva

Todo inútil. No se hacen preguntas: se dan opiniones. Los espectadores cuentan su propia objetividad. El ser testigos, protagonistas, comprometidos, incluso sucesores, les da un derecho. Se ve así que la angustia del debate está viva y es actual.La mayoría de estas opiniones procede del campo de la derecha, y se plantea una sospecha horrible: quizá son ellos los que dan mayor índice de supervivencia; o los que no tienen miedo a hablar. O los que no han entrado en la indiferencia, en la costumbre de ser traicionados, burlados.

Podrán todos tener razón. Los 10 historiadores han llegado a un compromiso, y eso se ve, para reducirse a lo que se llama hechos comprobados; tienen también un tiempo breve para meter años y años de sucesos.

Esta compresión produce equívocos. Y hasta tópicos, que en el fondo son siempre cuestiones de compromiso para zanjar ideas.

En este último programa hay un tufo que han mantenido izquierdas y derechas: la culpabilidad de la República.

Quizá sólo lo perciban unas narices más bien republicanas; pero la verdad es que en esta última entrega toda una amplia labor republicana en materia social, cultural, educativa, en un intento de modernización de país, queda sumergida por la supuesta objetividad de los acontecimientos: se quemaron conventos -pero ¿cuáles son las antiguas y dramáticas relaciones entre pueblo y clero?-, se mataron jornaleros, se produjeron estados revolucionarios... Pero ¿era una república el bienio negro?

Los sucesos de 1934 ¿quisieron, como se dice, acabar con la República o habían acabado ya con ella Lerroux y Gil Robles y otros acólitos? Las preguntas, muchas más preguntas, quedan en el aire.

Probablemente no hay otra solución, probablemente todo compendio está condenado inicialmente al fracaso por la naturaleza misma de su continente; probablemente todo compromiso lleva a la inseguridad, a la incertidumbre: a más oscuridades que claridades...

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